Por Nelson Encarnación
La sinceridad y el desprendimiento no son prendas que abundan en los políticos dominicanos, quienes en la generalidad de los casos al asumir el poder, prefieren ignorar una obra de la administración precedente con tal de no reconocerle valor al saliente, sin importar el impacto positivo de la misma.
Es una conducta que se ha repetido, incluso cuando el cambio de Gobierno se verifica dentro del mismo partido, mucho más cuando la sucesión es de una organización a otra.
Por eso ha resultado hasta cierto punto extraña la sinceridad del presidente Luis Abinader al reconocer que la pasada administración—aun sometida a los serios cuestionamientos que impulsa su Gobierno—avanzó casi al 75% la monumental infraestructura de salud denominada Ciudad Sanitaria “Dr. Luis Eduardo Aybar”.
Al valorar el aporte de la gestión del expresidente Medina, el jefe del Estado fue más lejos al señalar que lo adecuado habría sido que esa administración estuviese representada en la ceremonia donde dejó en funcionamiento dicha infraestructura hospitalaria.
¿Le restó algo ese reconocimiento al presidente Abinader? Ni un ápice. Y por el contrario, le suma al distanciarse de una conducta egoísta y aberrante.
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Ese comportamiento, hijo del subdesarrollo político y mental de nuestros dirigentes, ha provocado que cuantiosas inversiones estatales en obras públicas de gran impacto hayan quedado relegadas hasta convertirse en ruinas insalvables cuando se ha producido cambio de Gobierno.
Ha sido tal que incluso presidentes salidos de las filas de un mismo partido, al asumir se han distanciado de su compañero que acaba de entregar el mando, ya sea por rencillas grupales o por envidia.
Al escuchar al presidente Abinader tuve que remontarme a 2012 cuando asumió Medina la conducción del Estado de manos del saliente Leonel Fernández, a quien, previo ganar las elecciones—y obviamente poniendo en escena su talante simulador—llamaba “presidente y líder nuestro”, en procura de agenciarse apoyo, el cual obtuvo al precio de crear ciertos desequilibrios macroeconómicos que luego serían utilizados por el propio beneficiario como arma de destrucción.
No podemos olvidar que en cuanto asumió la presidencia, el señor Medina orquestó una campaña contra su predecesor que procuraba aniquilarle política y moralmente, no sólo recurriendo a argumentos poco sólidos como aquel maletín lleno de facturas, sino apelando a un delincuente para que le llenara de ignominia.
¡Cuánta distancia conductual hay entre un resentido y envidioso y un gobernante que entiende que nada pierde reconociendo lo bueno que hizo quien le acaba de entregar el poder!
Al final, este tipo de comportamiento político y personal es lo que prevalece al momento de pasar balance. Lo otro es basura que se desecha.