La trama rusa tiene contra las cuerdas a la Casa Blanca. El destituido director del FBI, James Comey, se apresta a declarar este jueves ante el Senado por las presiones de Donald Trump. El consejero y yerno presidencial, Jared Kushner, vive en la cuerda floja. Y el fiscal general, Jeff Sessions, vapuleado por su decisión de inhibirse del caso, ha puesto su cargo a disposición del mandatario. Aunque la dimisión no ha sido aceptada, los primeros signos de crisis emergen del Despacho Oval.
Trump no perdona. Kushner le recomendó despedir a Comey y ahora el presidente cree que fue demasiado lejos. Sessions se apartó en marzo de la investigación de la trama rusa y el comandante en jefe considera que con este gesto perdió su terminal en el Departamento de Justicia, el organismo que supervisa al FBI y desde el que se podía modular la explosiva investigación que trata de determinar si el equipo de Trump se coordinó con el Kremlin en la campaña de desprestigio que sufrió la candidata demócrata Hillary Clinton en las elecciones.
La inhabilitación de Sessions, un halcón que fue de los primeros en brindar su apoyo a Trump en 2015, surgió de un intento de apagar el incendio desatado al descubrirse que en sus audiencias de confirmación para el puesto había ocultado al Senado sus dos encuentros en campaña con el embajador ruso en Washington, Sergéi Kislyak.
La insólita autorecusación paró el golpe, pero fue mal digerida en la Casa Blanca. Una irritación que se acrecentó cuando el fiscal general adjunto, Rod J. Rosenstein, encargado de todo lo relacionado con la trama rusa, dio el paso histórico y sin consultar a su superior de nombrar un fiscal especial para el caso.
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En el distanciamiento con Sessions también ha influido el fracaso judicial del veto migratorio. Ni el primer texto ni el segundo han logrado superar el muro de los tribunales. El propio presidente se ha quejado públicamente de ello y en una serie de tuits ha enmendado la plana al Departamento de Justicia y le ha reprochado no haber presentado una “versión más dura”.
Pero el centro de la discordia radica en la trama rusa. El escándalo no deja de crecer y este jueves, con la declaración del exdirector del FBI ante el Comité de Inteligencia del Senado, vivirá un momento estelar. La comparecencia había sido prevista a puerta cerrada, pero Comey ha pedido que sea pública. Durante tres horas, será interrogado por los senadores. Su despido, las presiones que recibió y los supuestos intentos presidenciales de obstruir la investigación de la trama rusa centrarán la vista.
Pocas veces la expectativa fue mayor en una comparecencia. Hay medios que la han calificado como las más importante de los últimos 20 años. El propio Trump, que odia a Comey, no ha podido eludirla y con cara amarga le ha deseado “suerte”.
Para añadir leña al fuego, en la víspera de la declaración se han multiplicado los indicios de que el presidente intentó por todos los medios cerrar el caso. El primero en recibir la presión, según The Washington Post, fue el propio ex director del FBI, quien, espantado por el cariz de las peticiones, llegó a implorarle al fiscal general que “no le dejara solo con Trump”. Otro que recibió indicaciones fue el poderoso responsable de la Dirección de Inteligencia Nacional, Daniel Coats. El presidente, según The New York Times, le solicitó que interviniera ante Comey para que este retirase el foco del destituido consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, uno de los personajes claves del caso. Coats, considerando que se trataba una injerencia inapropiada, no intervino.