Por Raúl Mejía Santos
Titular el presente escrito así no es coincidencia, se trata de caricaturizar un tema de mucha importancia y tensión social. La corriente fascista ultraderechista brotó en Estados Unidos, se ha puesto de moda. Se convierte en un patrón político validado por el comportamiento de un presidente que apela a esos sectores para agenciarse un capital político.
El titular equivale a confrontar con buen ánimo y espíritu un tema tan oscuro y siniestro que enfrentamos a diario, más en las comunidades de inmigrantes en ese país. Los hispanos hemos sido blanco del rechazo colectivo, la apatía y la indolencia de supremacistas anglosajones que creen ser dueños de la verdad y la razón. El Muro en la frontera con México viene a la memoria.
La violencia desatada por extremistas anglosajones en el estado sureño de Virginia el pasado fin de semana es un síntoma de una sociedad maltrecha, con profundas divisiones y poca tolerancia entre los grupos que allì cohabitan. Estados Unidos ofrece oportunidades, medios para ascender en el plano socioeconómico, lograr una mejor vida. Es la Meca del capitalismo moderno.
Por otro lado, repugna el rencor enfermizo de grupos ultra conservadores, derechistas recalcitrantes, que cada día socavan la imagen de un paìs donde debe imperar el orden jurídico, los derechos ciudadanos y la convivencia pacífica.
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Este último se alzó con la presidencia norteamericana en el pasado proceso electoral. Supo activar esos sectores llevando un discurso poco ético y extremista. Laceró la dignidad, particularmente, de la población inmigrante y afroamericana. Se apropió de la atención pública con su trato y lenguaje deleznable, asqueroso e inmundo.
La paradoja resulta interesante, con esa táctica electoral el deslenguado de Trump surtió un efecto parecido al de Obama en las elecciones de 2008. Esta vez los fascistas en suelo estadounidense se congregaron para darle el voto al republicano. Los grupos caucásicos aludidos ya no ocultaban sus aspiraciones y dejaron atrás la escasa presencia en escenarios sociales convencionales, para salir y marcar terreno, con su larga tradición organizativa y un historial manchado de sangre.
El panorama histórico es desconsolador, el activismo cívico data desde los inicios de la república porque siempre hubo un discrimen institucionalizado. La trata humana, el genocidio contra los aborígenes, el rechazo tajante al sufragio universal y el desplazamiento forzado de poblaciones nativas son ejemplos idóneos de la cruda realidad norteamericana.
La constante lucha entre la moral y el extremismo fascista es una página triste y amarga, enluta a un gran segmento de la población desde los tiempos coloniales. Estados Unidos fue fundada por blancos, para gente blanca.
En su origen la Constitución de 1787, la ley suprema a nivel nacional, así lo atestigua. El sector ultra conservador es racista, nada va a cambiar. El desafortunado suceso en Charlottesville, Virginia, se repetirá. La lucha racial y étnica en Estados Unidos apenas comienza y traerá otra calamidad de grandes proporciones, similar a lo acontecido a mediados de siglo XIX: la Guerra Civil