Por Nelson Encarnación
La desgracia orgánica del Partido Reformista Social Cristiano empezó en 2004 cuando unas primarias que pretendieron ser abiertas le contaminaron el resultado, siendo un factor de mucho peso la intromisión del presidente Hipólito Mejía para forzar un desenlace.
Conforme quedó comprobado en principio y admitido tiempo después por el propio Hipólito, su facción en el Partido Revolucionario Dominicano y el Gobierno metieron sus manos para que el ganador lo fuese Eduardo Estrella en contra de Jacinto Peynado.
“Tenemos que reconocer que nosotros ayudamos a Eduardo contra Jacinto en la convención reformista. Lo ayudamos mandando a votar por él y hasta con algo de dinero”, dijo Hipólito tiempo después de ese evento del PRSC, una admisión que quizás muchos hayan olvidado pero no yo, que registro en mi disco duro todo lo que ha sucedido en la política de este país en los últimos cien años.
Una consecuencia directa de aquella intromisión de Hipólito y sus huestes fue la fractura del PRSC con sus dos principales figuras—que al momento lo eran Peynado y Carlos Morales Troncoso—yéndose del partido que los había convertido a ambos en vicepresidentes de la República.
Tras aquella experiencia, el partido de Joaquín Balaguer jamás volvería a levantar vuelo, quedando convertido en una penosa entelequia buena para nada, en la cual eventos paralelos como las dos asambleas del pasado domingo han sido frecuentes.
Pero es bueno recordar que no sólo el PRSC ha pasado por esos trances divisionistas producto de resultados primaristas. También el Partido Revolucionario Dominicano ha pasado por el suyo, teniendo 2011 el sisma más reciente.
En la ocasión, Miguel Vargas Maldonado alegó que el Partido de la Liberación Dominicana había influido para que el PRD escogiera a Hipólito Mejía como candidato, en el entendido—en la realidad, agrego yo ahora—de que era el más vulnerable contra el PLD, sin ninguna duda la más demoledora maquinaria de la historia electoral de este país.
Lo anterior sustenta el temor de que la celebración de primarias con el padrón general de la Junta Central Electoral—sean simultáneas o en fechas diversas—pudieran dar lugar a la intromisión de factores externos a las formaciones políticas, presionando resultados acomodados a los intereses de los contrincantes.
Esta posibilidad no debe ser referida sólo a los partidos contrarios al PLD, sino que la propia organización oficialista pudiese ser víctima de lo que se le ha endilgado, con razón o sin ella, en el pasado.
Las primarias deberían ser consideradas como el evento cumbre de un partido político, pues de ellas surge la persona que pudiera conseguir—o mantener—el poder político, por lo que debería reservarse exclusivamente a sus militantes.
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