Mauricio Macri se convirtió en la noche del domingo en el líder más fuerte de América Latina. En un momento en el que casi todos los presidentes de la región están muy debilitados, el argentino logró una victoria aplastante en las legislativas en todo el país, y sobre todo le ganó por más de cuatro puntos a Cristina Fernández de Kirchner en Buenos Aires. Este éxito le da un poder enorme para reformar Argentina y le convierte en el centro de la política probablemente por muchos años. “No hay que tener miedo a las reformas”, fue el primer mensaje de un Macri eufórico, con un triunfo que supera sus propias expectativas y destroza a la oposición peronista.
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Mauricio Macri ha sido subestimado casi desde que era un adolescente. Primero, por su padre, uno de los empresarios más ricos y polémicos del país, que toda la vida lo minusvaloró e incluso públicamente dijo que su hijo nunca llegaría a presidente porque no estaba preparado. Y después, por todo el establishment argentino, lo que él llama el círculo rojo, que desde 2003, cuando el entonces presidente de Boca Juniors decidió dar el salto a la política, se burlaba de su aspecto, de su forma de hablar, de sus maneras de hijo de millonario, de su desconocimiento de los códigos de la política.
Pero Macri, ayudado por un equipo fiel dirigido por Marcos Peña y asesorado por el ecuatoriano Jaime Durán Barba, fue poco a poco consolidando su poder, primero en la alcaldía de Buenos Aires y ahora en la presidencia, hasta lograr una victoria en los cinco distritos clave del país que nadie conseguía desde 1985, cuando un Raúl Alfonsín en la ola de la recuperación de la democracia arrasó en las elecciones intermedias. Macri supera el 40% de voto en todo el país y desarbola a la oposición en plazas clave, por lo que cuenta con un importante aval de la sociedad para sacar adelante sus reformas, aunque no tiene la mayoría absoluta del Congreso.
Macri ha sabido aprovechar el rechazo que generaron en buena parte de las clases medias urbanas y rurales los últimos años del kirchnerismo, en los que el aislamiento internacional, el cierre de los mercados financieros y la explosión del mercado negro del dólar, sumado a los escándalos de corrupción, provocaron una huida de votos hacia cualquiera que ofreciera un cambio. Y apoyado en esas clases medias y rurales ha ido poco a poco conquistando espacios en las clases bajas, antes feudo inexpugnable del peronismo.
Solo así se explica que Cambiemos, la coalición que dirige, haya logrado ganar en provincias empobrecidas y muy peronistas como Jujuy, Salta, El Chaco, e incluso en La Rioja, donde ha destronado finalmente al cacique Carlos Menem, que volvía a presentarse y será senador aunque fue derrotado. Cambiemos destrozó a los Kirchner en la patagónica Santa Cruz, la cuna de su poder, que aún gobierna Alicia Kirchner, la hermana del expresidente.
Macri ganó en 2015 por la mínima, menos de tres puntos, frente al entonces candidato peronista Daniel Scioli, apoyado por el kirchnerismo. Desde entonces ha gobernado en minoría y con muchas dificultades. A los empresarios y economistas liberales que le reclamaban reformas más profundas, un recorte más rápido del gasto público, Macri siempre les contestaba: no hay margen político, hay que ir poco a poco porque si no perderé el poder.
Pero ahora lo tiene todo. Así que el presidente lanzó un mensaje claro: se abre un periodo para buscar grandes acuerdos, al estilo de los Pactos de La Moncloa españoles que muchos argentinos ven como un ejemplo, para pactar grandes reformas con los gobernadores, los empresarios y los sindicatos. Pero si no se logran, Macri seguirá adelante.
“Entramos en una etapa de reformismo permanente. Argentina no tiene que parar, no tiene que tener miedo a las reformas. Tenemos que hacer muchísimas. Nos van a ayudar a vivir mejor”, clamó un eufórico Macri que hacía esfuerzos por contenerse. “El poder no me va a cambiar”, insistía tratando de conjurar el clásico mal de los gobernantes latinoamericanos, que con un sistema presidencialista sin muchos contrapoderes acaban teniendo un dominio absoluto que les lleva a excesos.
Otros presidentes argentinos han caído en ese intento por reformar en especial el mercado laboral, dominado por los sindicatos más poderosos de América, pero pocos habían tenido una ola tan favorable como la de Macri, al que nada parece hacerle mella: ni la crisis económica, que aún sufren buena parte de las clases medias y bajas del conurbano bonaerense, precisamente donde más apoyo ha tenido Kirchner, ni los errores de gestión que él mismo reconoce con una facilidad a la que los argentinos no están acostumbrados, ni el durísimo 2016, ni la inflación que sigue siendo la más alta de América después de Venezuela, ni algunos escándalos con las empresas de su familia o el blanqueo de capitales al que se ha acogido legalmente su hermano.