Por Sebastián del Pilar Sánchez
A principios del mes de julio de 1963, una fuente de entero crédito del Departamento de Estado de los Estados Unidos reveló que las autoridades de esa nación habían acordado con el gobierno del profesor Juan Bosch extraditar hacia la República Dominicana a un conocido verdugo de la tiranía trujillista llamado Clodoveo Edmundo Ortiz González, para que fuese juzgado por los asesinatos delos señores Ernesto de la Maza, José Lantigua Deschamps y José Hilario Espertín Oliva (Machón), y por la ejecución de varios presos políticos.
A este funesto personaje se le recordaba por ser un destacado componente del tenebroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que mostraba un sadismo extravagante realizando los horrendos actos de tortura en la cárcel de “La Cuarenta” contra los presos políticos de la tiranía de Trujillo, y por haber descargado su ferocidad siniestra en los mártires y héroes de las gestas gloriosas del 14 de Junio y 30 de Mayo.
Ortiz González era un individuo azuano de nacimiento, pero de origen banilejo, que se desempeñaba como teniente de la Marina de Guerra cuando fue trasladado al citado órgano de represión, donde adquirió el grado de capitán de Navío, manteniéndose ahí hasta la caída del régimen trujillista, con la ventura de que pudo evadir la tenaz cacería de miembros y confidentes del SIM, ejecutada casi de inmediato por jóvenes de las agrupaciones patrióticas 14 de Junio y Unión Cívica Nacional en los barrios de Santo Domingo y las principales ciudades del país, contando con el beneplácito de algunas autoridades del Consejo de Estado, y en lo particular con la flexibilidad del Fiscal Nacional, doctor Rafael Valera Benítez, quien había sido un preso político que padeció los más crueles e implacables tormentos físicos en la cárcel trujillista, siendo la figura central del denominado “complot develado”, por la obcecación de sus verdugos en quebrar su firmeza y torcer su voluntad para obtener la requerida confidencia sobre el alcance de aquella rebelión catorcista que motivó el apresamiento de unos 350 jóvenes pertenecientes a una organización que operó en el Cibao con el nombre de “Los Panfletistas de Santiago”, así como los dirigentes del Movimiento Clandestino 14 de Junio, que incluía a varias mujeres como las hermanas Patria y Minerva Mirabal, y la arquitecta Tomasina -Sina- Cabral Mejía
El exagente del SIM logró esquivar a sus persecutores, escapando hacia los Estados Unidos y logrando alojarse cómodamente en Nueva York, pues creía que hasta esa ciudad no llegaría el reclamo de justicia de la sociedad dominicana, ni habría castigo para sus señalados agravios; ya que no había cruzado por su mente la imagen de una posible deportación de ese lugar.
Ni siquiera después que el Consejo de Estado, encabezado por el licenciado Rafael Filiberto Bonnelly Fondeur, iniciara el 15 de octubre de 1962 -de manera formal- los trámites diplomáticos para extraditarlo, desempolvando un antiguo tratado de extradición entre Estados Unidos y la República Dominicana, firmado el 19 de junio de 1909 por el canciller dominicano Emilio Tejera Bonetti, en nombre del gobierno del presidente Ramón Arturo Cáceres Vásquez, y el cónsul general de los Estados Unidos, Fenton R. McCreery, en representación del recién electo presidente estadounidense William Howard Taft.
Ortiz González creía que esa diligencia no prosperaría por la provisionalidad misma del gobierno de Bonnelly, que para el siguiente 27 de febrero de 1963 ya no estaría en el poder, porque los vaticinios electorales indicaban que para esa fecha el presidente sería el profesor Juan Emilio Bosch Gaviño, quien poseía entonces la simpatía popular y era el candidato presidencial del partido blanco para las elecciones de diciembre; habiendo logrado neutralizar con un discurso sencillo y popular a muchos antiguos servidores del régimen de Trujillo.
Bosch había sido un fiero combatiente antitrujillista en el exilio, pero desde el 20 de octubre de 1961 -fecha de su retorno al país- había creado una expectativa de tolerancia y entendimiento con los remanentes de la dictadura, por su benevolente propuesta electoral que incluía el “borrón y cuenta nueva”.
Y por eso Ortiz González se sintió más que sorprendido, excesivamente asombrado, al ser detenido y apresado por agentes de inmigración de los Estados Unidos en Nueva York, que consumaron de ese modo una petición de extradición formulada por el fiscal del Distrito Nacional, doctor Manuel Ramón Morel Cerda y canalizada por la Cancillería vía el embajador dominicano en Washington, ingeniero Enriquillo del Rosario Ceballos, en nombre del gobierno de Bosch.
El anuncio de la captura del exagente del SIM lo hizo el propio presidente de la República el martes 16 de julio, en una alocución radial y televisiva donde informaba a la ciudadanía que el antiguo esbirro trujillista había sido apresado en Nueva York y que sería traído al país en el curso de esa misma semana para que respondiese ante la justicia por los crímenes imputados.
Esta revelación fue sumamente trascendente, pues con la extradición de Ortiz González se producía un hito histórico tendente a fortalecer la vigencia efectiva de la figura jurídica de la extradición como institución del derecho internacional; además de que constituía un triunfo personal y político del jefe de Estado que -como cabeza de la política internacional del país- había logrado que el gobierno estadounidense acogiese su reclamo.
La llegada de Clodoveo
El jueves 18 de julio de 1963, agentes de seguridad de los Estados Unidos, trasladaron desde Nueva York hasta Miami, Florida, al excapitán de la Marina de Guerra Clodoveo Edmundo Ortiz González, pasando enseguida a ser custodiado por dos agentes de la Dirección Nacional de Seguridad de la República Dominicana, quienes cerca del mediodía del viernes 19 lo subieron esposado al vuelo 301 de la Compañía Dominicana de Aviación, para conducirlo a su destino.
Casi dos horas más tarde, luego de un viaje tranquilo desde el aeropuerto de Miami al de Cabo Caucedo, y tras recibir un trato humano y considerado de la tripulación y las autoridades de Seguridad, el deportado se percató del anclaje de la aeronave en tierra quisqueyana; siendo levantado de su asiento a las 2:15 de la tarde para disponerse a pisar tierra rodeado de sus custodios y viendo sorprendido desde la parte alta de la escalerilla del avión que sobre el pavimento había una multitud de jóvenes catorcistas voceándole repetidamente: ¡Asesino! ¡Asesino! ¡Asesino!
También pudo observar a una gran cantidad de policías comandados por el teniente coronel Rafael Guillermo Guzmán Acosta, quien tenía órdenes de su jefe, el general Belisario Peguero Guerrero, de tomar las providencias de lugar, haciendo una buena distribución de las tropas de choque, para evitar que se originaran disturbios y alteración del orden público.
Igualmente vio allí a varios familiares de las víctimas de la dictadura; destacándose la figura de la señora Cristina Díaz (doña Chana), esposa del asesinado general Juan Tomás Díaz, junto a las viudas de los héroes del 30 de mayo secuestrados y acribillados el 18 de noviembre de 1961 en la hacienda María y varios parientes de personas exterminadas o torturadas en los últimos dos años de ese régimen de fuerza.
El arribo de Ortiz González estaba siendo cubierto por los jóvenes periodistas Radhamés Gómez Pepín y Pascal Peña, del diario “El Caribe” y otro reportero del periódico “La Nación”, quienes estuvieron atentos a cada incidente registrado en este escenario, para ofrecer a sus lectores una información amplia, detallada y veraz de los movimientos del antiguo capitán de la Marina y agente del SIM, quien descendía de la nave engrillado, mostrando las argollas que apretaban sus muñecas, y siendo rigurosamente custodiado por agentes de seguridad que, sin embargo, no pudieron evitar que una persona extraña se mezclara con el personal de aviación y burlando todos los dispositivos de seguridad, se le acercara peligrosamente…hasta lograr escupir su cara.
Reaccionando el agredido con asombro y temor, aunque se sobrepuso enseguida, fijando con firmeza sus ojos castaños sobre el agresor del salivazo y reemprendiendo la marcha acelerada hasta un lugar más seguro, siempre mirando de reojo al público indignado que no se cansaba de gritarle: “¡asesino!”.
Debido a la rigurosa vigilancia, resultó imposible conocer ahí el parecer del primer extraditado dominicano desde los Estados Unidos, pues rápidamente fue introducido en un coche celular colocado a escasos pies de donde estaba detenida la nave. Pero un poco más tarde, los periodistas se enteraron que el antiguo agente del SIM de Trujillo no había emitido una sola palabra en el trayecto de la terminal aeroportuaria hasta su celda en la Torre del Homenaje, en lo alto de la fortaleza Ozama; aunque el oficial de custodia que les sirvió la información, también les dijo que éste quejó en el preciso instante en que iba a ser encerrado, con las siguientes palabras: “Esto es bueno que me pase por haberme metido en el Servicio de Inteligencia”.
Una hora después, Clodoveo Edmundo Ortiz González era conducido ante el honorable doctor Vinicio Cuello Castillo, juez del Tribunal Penal de Jurisdicción Nacional, quien estaba acompañado de su asistente, el doctor Pedro Manuel Casals Victoria y el representante del Ministerio Público, que era el doctor Rafael Augusto Lugo, ayudante Fiscal del doctor Morel Cerda.
En una breve pausa, que se produjo antes del inicio de la audiencia, el detenido habló con los periodistas de la fuente; expresando su agradecimiento a las autoridades dominicanas por el buen trato dispensado durante la travesía desde Miami, y diciendo a seguidas que sentía su conciencia tranquila, “pues sólo soy culpable de haber cumplido órdenes superiores”.
En esta entrevista el imputado no aceptó responsabilidad alguna en los numerosos atropellos que habría cometido, y esa posición se mantendría invariable a lo largo del riguroso interrogatorio a que sería sometido por el juez ese día; pese a saber que el tribunal tenía a su disposición muchos testigos que expondrían pruebas contundentes sobre su destacada actuación en la cárcel de torturas llamada “la Cuarenta”.
Para que se tenga idea de quién era el teniente Ortiz González en esa prisión, traemos a colación una opinión de una persona que sufrió en carne viva los atropellos que ahí se registraron. Este era el historiador y diplomático banilejo Tomás Báez Díaz, quien se desempeñaba como síndico del Distrito Nacional en 1961, lo que no impidió que fuese apresado y desconsiderado dentro de su despacho en el Ayuntamiento, en el Centro de los Héroes, y luego llevado hasta el infernal calabozo, donde además de ser demolido a golpes, fue testigo de la bestialidad de los carceleros, y de manera especial de Ortiz González, quien tenía asignada la tarea de conducir las torturas que se aplicaban a los presos políticos en una silla eléctrica que había sido traída desde Alemania pon un antiguo miembro de la Gestapo que Trujillo contrató e incorporó al SIM, llamado Ernesto Scott, mejor conocido como Mister Scott, quien es objeto de nuestra atención en un relato anterior, donde se expone cómo contribuyó a echar hacia adelante la línea de terror adoptada por la dictadura luego de la invasión del 14 de Junio de 1959.
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El destacado historiador vio entonces a Ortiz González manejar personalmente el monstruoso aparato de represión y muerte allí alojado, a veces acompañado de otros miembros del SIM y de unos pocos militares de alta graduación muy vinculados a Trujillo y a su hijo Ramfis, como eran el general Tunti Sánchez y el marido de la bella María de los Ángeles Trujillo, coronel Luis José León Estévez. Él sentaba a los presos políticos en dicha silla y luego desde su escritorio, con un toque manual al dispositivo eléctrico debajo de la mesa, les aplicaba hasta doscientos cuarenta voltios que algunos resistían, pero en su mayoría se desmayaban atados de pies y manos.
En el libro “Movimiento 14 de Junio, Historia y documentos”, segunda edición, páginas 147 y 148, el laureado poeta, historiador y político Tony Raful refiere que “24 jóvenes antitrujillistas de Santiago fueron electrocutados en la cárcel de La 40 en la famosa silla eléctrica”; los cuales “habían sido apresados a mediados de 1960, en junio, y aunque no eran propiamente del Movimiento 14 de Junio, cuyos miembros estaban presos, torturados, muertos o asilados, constituían una célula de resistencia que brotó bajo la influencia del ejemplo de los jóvenes detenidos del 14 de Junio”.
Y nos dice el escritor y Premio Nacional de Literatura, que esos jóvenes se conocieron con el nombre de “Los Panfletistas” “y conspiraron contra la dictadura de Trujillo distribuyendo volantes antigobiernistas y pegando en los postes de luz de la ciudad de Santiago un letrero que decía “Trujillo es una mierda”. Agregando de inmediato que “El verdugo Clodoveo Ortiz fue uno de los principales ejecutores de la muerte de los 24 jóvenes sobrevivientes”, según la versión obtenida del señor Juan Bautista Carrión, quien le relatara que: “¡Una noche con mis compañeros de presidio vi torturar en la silla eléctrica a un joven humilde de Santiago apodado “Chivirico”, a quien Clodoveo Ortiz asesinó personalmente. Luego de haberle aplicado varios choques eléctricos, lo bajó de la silla de un solo empellón y luego el calié Pascual Clemente le asestó varios palos en el corazón.
Momentos después Clodoveo Ortiz llamó a José O. Espertín a quien manifestó que el turno le tocaba a él y que por ser mayor que Chivirico resistiría menos. Frente a esas palabras, Oliva Espertín, a quien se le conoció por el apodo de Machón”, manifestó a sus compañeros que él sabía que iba a morir, pero que los que quedaran vivos les dijeran a los muchachos de su barrio que él había muerto como un hombre”.
Otro testimonio importante sobre los desmanes de Clodoveo Ortiz lo ofreció el doctor Julio Miguel Escoto Santana, miembro fundador del Movimiento Clandestino 14 de Junio y ex presidiario del centro de torturas La 40, quien confesó haberlo visto junto al coronel Luís José León Estévez, Américo Dante Minervino, Ciriaco de la Rosa y un tal Chabacano, golpeando salvamente a los jóvenes santiagueros con los “chuchos disecados hechos de las vergas de los toros” y a torturarlos con gran saña, hasta dejarlos inconscientes.
Dijo que luego esos muchachos reaparecieron muy alegres, a pesar de tener en sus cuerpos las señales sangrantes de los golpes recibidos; pues creían que serían liberados, ya que les habían hecho firmar unas cartas de agradecimiento a Trujillo por haberlos perdonado. Pero no ocurrió así, puesto que el doctor Escoto Santana sería testigo de un crimen masivo perpetrado en la madrugada del 30 de enero de 1960 dentro de La Cuarenta.
Él vio cuando de repente apagaron las luces de la cárcel y cerraron todas las puertas de acceso a cada solitaria, y oyó los quejidos de los jóvenes torturados que estaban siendo asesinados; pudiendo además escuchar sus desesperados gritos, y observar “por una estrecha ventana que había en la misma, cómo Clodoveo Ortiz los apuñalaba con un cuchillo que siempre portaba en su cintura, y al estrangulador Manolo Domínguez ahorcándolos con un tortor, y a Chacabano y a otros asesinos, matándolos a palos, metiendo sus cuerpos destrozados en sacos, y subiéndolos a un vehículo cerrado que parecía una perrera de las que usaba la Policía en esa época, y después la sombría caravana arrancó, ignorando nosotros su destino”.
Ilustró el doctor Escoto que esa misma madrugada, Johnny Abbes y Candito Torres, electrocutaron en la silla eléctrica al resto de los jóvenes integrantes del grupo llamado “Los panfletistas de Santiago”; ignorándose hasta la fecha donde reposan los restos de esos adolescentes, vilmente asesinados.
Clodoveo frente al tribunal
El doctor Vinicio Cuello Castillo era un reconocido abogado y profesor universitario que fungía como juez de Instrucción del Tribunal Penal Nacional y desde el 15 de octubre de 1962, junto al Ministerio Público, representado en ese momento por el Magistrado Fiscal Nacional Dr. Rafael Valera Benítez y luego por su sucesor, el doctor Manuel Ramón Morel Cerda, habían dirigido todo el tinglado jurídico de la extradición de Clodoveo Ortiz; por lo que se sentía satisfecho de la labor realizada y había expresado que la extradición del exagente del SIM lo había llenado de íntima satisfacción, ya que, entre otras cosas, evidenciaba una de las actuaciones positivas de la Jurisdicción Nacional, que había dado su fruto, apoyada en el auxilio eficaz prestado por la Cancillería.
Ahora, en este día 20 de octubre de 1963 tenía ante sí al recluso Clodoveo Edmundo Ortiz González, acusado de haber dado muerte a los señores Ernesto de la Maza Vásquez, José Lantigua Deschamps (Chivirico) y José Hilario Espertín Oliva (Machón). El primero asesinado al día siguiente del ajusticiamiento del tirano Trujillo, en venganza por el protagonismo de su hermano Antonio de la Maza en ese hecho, mientras que Chivirico y Machón fueron ejecutados el 12 de agosto de 1960 en La Cuarenta.
Al excapitán de la Marina y agente del SIM se le había permitido incluso una segunda oportunidad para hablar con los periodistas; oyéndosele declarar que se sentía una víctima de alegados intereses políticos, representados por individuos dispuestos a que no se le escuchara en esa audiencia; y aunque no identificó a una de esas personas, aseguró que las mismas todavía ocupaban cargos oficiales.
También confesó que no había ido a los Estados Unidos por su propia voluntad, ni tampoco por miedo; y en un gesto de desafío a la justicia, manifestó que no se sentía en ánimos de hacer declaraciones ante el juez encargado de instruir el proceso que se le seguía, debido a que -según sostenía- su caso caía bajo la jurisdicción del fuero militar.
En esta entrevista con la prensa, efectuada en un salón del Palacio de Justicia del Centro de los Héroes, Ortiz González lució sereno y por momentos sonreía, como si confiara en que nada malo le sucedería al final de este trascendental juicio.
Luego pasó a la sala de audiencias, sentándose en el banquillo de los acusados, donde fue interrogado por el juez Cuello Castillo, quien tras escuchar su testimonio, y más tarde a los testigos, no vaciló en dictar mandamiento de prisión provisional contra el prevenido, de conformidad a lo establecido por el artículo 94 del Código de Procedimiento Criminal; y ordenó mediante el correspondiente auto, la incomunicación del procesado, con arreglo al artículo 429 de la referida legislación, al considerar que por el momento la medida “era indispensable para el mejor esclarecimiento de los hechos”.
Tiempo después, Ortiz González fue condenado y se mantuvo cumpliendo prisión en la fortaleza Ozama durante todo el gobierno del profesor Bosch y parte del gobierno de facto del Triunvirato. Sin embargo, fue enviado a una cárcel en la frontera, en Montecristi o Dajabón, de donde desapareció misteriosamente durante la confusa y violenta situación social que vivía el país en el año 1964, al borde de una guerra civil.
Antes de su desaparición, el exteniente de la Marina y destacado miembro del SIM, en una carta que envió al diario “La Tarde Dominicana” y publicada en su edición del lunes 16 de septiembre de 1963 se quejaba de que “se me tiene privado de todos mis derechos para que yo no diga cómo, quiénes y por qué asesinaron a los seis héroes del 30 de mayo de 1961, y dónde se encuentran actualmente en el país”.
Además aseguraba que no se quería que dijera “por qué costó al Consejo de Estado RD$10,000,000.00 (diez millones de pesos) mi extradición; por qué hicieron cinco atentados contra mi vida; quién trajo la silla eléctrica a la República Dominicana; y por qué razón yo le valgo al pueblo dominicano RD$10,000,000.00, sin llamarme Ramfis, Héctor ni Petán Trujillo.”
El ministro de Justicia del gobierno de Bosch, doctor Julio A. Cuello habìa prometido tomar todas las providencias necesarias para investigar esas declaraciones de Ortiz González, pero unos días más tarde se produjo el golpe de Estado del 25 de septiembre que derribó del poder a la administracion perredeísta y ello cambiò dramaticamente el curso de los acontecimientos.
La versión más creíble sobre la desaparición de Clodoveo Ortiz indica que fue asesinado en la frontera por orden de un jerarca militar antitrujillista cuya familia había sufrido ofensas y humillaciones de este destacado torturador de la tiranía trujillista.
De todas maneras, la extradición fue una decisión de las autoridades estadounidenses muy significativa que marcó un cambio de rumbo favorable a la buena comunidad jurídica internacional y que le inyectó vida a la propia institución de la extradición, dada la buena acogida que tuvo en la comunidad jurídica de todo el hemisfrio, por sentar un precedente en cuanto a la calificación del delito político para fines de extradición.