Pedro Pablo Kuczynski (PPK) seguirá siendo presidente del Perú. En el último momento, y por solo nueve votos, logró evitar la destitución que había promovido la oposición. La moción que provocaría su caída por “permanente incapacidad moral” necesitaba 87 votos para salir adelante, pero solo logró 79. Hubo 19 votos en contra y 21 abstenciones.
Al final le salvó la izquierda, ya que los fieles a Veronika Mendoza se negaron a votar, y un grupo de 10 fujimoristas díscolos, que decidieron abstenerse mostrando la división entre Keiko Fujimori, la hermana mayor, que promovía la destitución, y Kenji, el menor, que se negaba a apoyarla y prefiere mantener a Kuczynski para negociar el indulto a su padre, ya muy avanzado.
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En una sesión dramática después de una larga noche de negociaciones, PPK luchó hasta el final para seguir en el poder tras el escándalo por sus vinculaciones con el caso Odebrecht. Para lograrlo apeló al antifujimorismo, el movimiento más poderoso de Perú, y pidió a los demás congresistas que no colaboren en el “golpe” del grupo del autócrata.
“Está en sus manos salvar la democracia o hundirla por mucho tiempo”, clamó. Esos argumentos, y la amenaza de entregar el poder al fujimorismo y generar una gran inestabilidad, convencieron finalmente a los parlamentarios suficientes. “Peruanos, mañana empieza un nuevo capítulo en nuestra historia: reconciliación y reconstrucción de nuestro país.
Una sola fuerza, un solo Perú”, escribió el presidente en las redes sociales nada más conocerse el resultado. Parecía una llamada al reencuentro con esa parte del fujimorismo que le salvó y tal vez el paso previo al indulto.
Pero antes de esa victoria final, como siempre por la mínima, el presidente pasó uno de los días más difíciles de su vida política. A primera hora, con gesto muy grave y entre aplausos de los pocos parlamentarios que le apoyan (solo tiene 18 propios) y el silencio de la enorme bancada fujimorista -71 de 130- Kuczynski había entrado en el Congreso para defenderse de las acusaciones y evitar su caída. Si le hubieran echado, le tocaría ocupar su puesto al vicepresidente, Martín Vizcarra, un hombre de su confianza.
Pero PPK ideó un último movimiento de ajedrez. Les hizo prometer a Vizcarra y la otra vicepresidenta, Mercedes Araoz, que dimitirían si lo echaban a él. El poder recaería entonces en el presidente del Congreso, Luis Galarreta, un hombre de Fujimori. Kuczynski ponía así a los antifujimoristas -las dos bancadas de izquierda, el Frente Amplio y Nuevo Perú de Verónika Mendoza, y a algunos parlamentarios de centro- ante la tesitura de que si lo echaban a él entregaban el poder al grupo del autócrata que gobernó Perú entre 1990 y 2000, dio un autogolpe en 1992 y aún está en la cárcel por corrupción.
Hasta el último minuto los fujimoristas buscaron votos y mantener unido su bloque. Las cámaras incluso captaron a parlamentarios abroncando a Kenji, que recibió hasta el último minuto antes de votar varias llamadas en su teléfono móvil.
El hecho de que fuera un Fujimori el que salvara a Kuczynski de una maniobra ideada por otra Fujimori mientras el patriarca contemplaba la escena desde la cárcel -algunos medios dicen que llamó personalmente a diputados fieles- y esperaba el indulto que le ha ofrecido el presidente le daba un toque novelesco. La posibilidad de que PPK haya pactado el indulto para evitar su destitución se comprobará en los próximos días.
Después de semanas de dudas, el presidente decidió en el último momento defenderse con firmeza. “Vengo a enfrentar de pie y dando la cara una acusación falsa y ominosa, movida por un deseo inconstitucional de apartarme del poder por la fuerza de sus votos. Vengo a demostrar mi inocencia. Lo que está en juego es la democracia, que tanto le costó al Perú recuperar.
El pueblo no perdona ni olvida. Todo en mi vida lo he logrado en base al esfuerzo y trabajo honesto. Vengo a decirles mirándoles a los ojos que no soy corrupto y no he mentido. Jamás he favorecido a ninguna empresa. No tengo nada de lo que avergonzarme, siempre he actuado conforme a la ley y a la ética”, clamó Kuczynski por la mañana antes de pasar a ofrecer detalles de las vinculaciones de su empresa con Odebrecht mientras él era ministro de Economía de Alejandro Toledo para tratar de demostrar que él no tenía nada que ver en esas gestiones.
Su versión señala que él recibió los beneficios, porque era el propietario de la empresa, pero no hizo ninguna gestión ni se enteró de los contratos de asesoría con Odebrecht, porque cuando entró en política dejó la compañía en manos del chileno Gerardo Sepúlveda.
Nadie ha conseguido probar que hubo corrupción. Pero muchos creen que PPK mintió. Él dijo siempre que no tuvo ninguna relación profesional con Odebrecht, incluso ante el Congreso. Cuando esta compañía detalló los contratos con la empresa de PPK, estalló el escándalo.
Él niega haber mentido, dijo que nunca supo nada de esos contratos, pero pidió perdón por sus escasas explicaciones hasta ahora. “Lamento sinceramente no haber advertido antes, pero eso no me convierte en un corrupto ni supone una infracción a la Constitución. Comprendo que debería haber ofrecido un conjunto de documentos.
No he sido suficiente prolijo, pero no soy corrupto. Pido a la nación sentidas disculpas por no explicar mi conducta profesional. Jamás le he mentido al pueblo peruano. Jamás he recibido un soborno. Jamás incurrí en un conflicto de intereses.
Pero pido disculpas porque no supe explicar, no presté atención a las formas de la política. Debí advertir a tiempo el grave clima de ingobernabilidad. Sigo aprendiendo”, dijo como resumen de su autocrítica.
Pero además del escándalo en sí, detrás había un claro pulso de poder que él mismo ha calificado abiertamente de “golpe”, hasta el punto de que ha pedido ayuda a la Organización de Estados Americanos, que envió dos observadores a seguir la sesión. Por eso Kuczynski usó armas políticas y buscó repetir el mecanismo que le llevó a la presidencia del Perú hace solo un año y medio.
PPK tenía las elecciones perdidas. Era un candidato muy preparado pero sin carisma, casi accidental, que estuvo a punto de no entrar en segunda vuelta. Pero entonces, cuando Keiko Fujimori ya paladeaba la victoria, se puso en marcha un mecanismo infalible en un país donde toda política desde hace 27 años gira en torno al mismo apellido: el antifujimorismo.
Hubo manifestaciones, intelectuales, analistas y periodistas influyentes echaron el resto para convencer a los peruanos de que debían evitar que Keiko Fujimori se hiciera con el poder. Hasta Veronika Mendoza, líder de izquierda, muy alejada de un ex banquero de inversión liberal como PPK, pidió el voto por él con el único objetivo de frenar a la hija de Fujimori.
Y entre todos lograron lo que parecía imposible. Por solo 40.000 votos, en el último suspiro, Kuczynski ganó. Lo hizo gracias a un antifujimorismo en el que él nunca creyó, tanto que pidió el voto para la hija del autócrata en 2011. Pero ese antifujimorismo ajeno es la base de su limitado poder y de nuevo apeló a él para salvarse de un intento de destitución. Kuczynski habla de “golpe” y trata de poner a los parlamentarios de la izquierda, los mismos que fueron claves para su victoria, frente a la responsabilidad de entregar el poder a los Fujimori si le echan a él.
De nuevo la izquierda fue clave. Los 20 diputados elegidos hace un año y medio por el Frente Amplio se partieron en dos grupos. Los 10 fieles a Mendoza decidieron no apoyar la destitución de PPK. Entre los otros 10 hubo dudas. Wilbert Rozas, portavoz del Frente Amplio, apuntó el voto a favor: “No somos el furgón de cola del fujimorismo, vamos a combatir la corrupción de derecha y de izquierda.
No hay corruptos amigos y enemigos. En las calles se dicen que se vayan los corruptos, tenemos que limpiar el país. Las cárceles están llenas de pobres y no de quienes se llevan con carretillas el dinero del pueblo”. Pero Marco Arana, el líder del grupo, pareció recular: “Kuczynski no es digno, pero tampoco podemos permitir que fujimorismo se haga con el poder.
Votaremos en conciencia”. Al final estos últimos 10 votaron a favor, por lo que la decisión de los fieles a Mendoza de abandonar el hemiciclo para no votar fue clave para que no prosperara la moción.
Miguel Torres, portavoz de Fuerza Popular, el grupo de Fujimori, fue muy duro: “el primer servidor público decidió engañarnos. Estamos a un presidente de la república que mintió, que demostró su incapacidad para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. Son mentiras de Estado, ponen en evidencia que no puede seguir ocupando el cargo”.
Durante 12 horas, después de las dos que utilizaron Kuczynski y su abogado para defenderse, los parlamentarios se sucedían en turnos interminables a favor y en contra mientras los periodistas hacían números que iban cambiando a cada hora en función de constantes negociaciones y reuniones.
Los parlamentarios que hablaron en contra de la destitución no utilizaron argumentos de defensa de Kuczynski, sino sobre todo ataques a Fujimori. Varios recordaron que con fujimorismo en el poder se produjeron los mayores escándalos de corrupción de la historia reciente de Perú, hasta el punto de que aparecieron vídeos de sobornos a parlamentarios.
Y recordaron que la hija, Keiko, también está implicada en el escándalo Odebrecht, que en Perú se está llevando por delante a casi toda la política. En este país hay dos expresidentes en la cárcel -Fujimori y Ollanta Humala- uno fugado a EEUU -Toledo- y otro con graves sospechas -Alan García-.
Desde que Fujimori y su autogolpe de 1992 acabó con los partidos peruanos, la política no se ha recuperado y vive pendiente de constantes inestabilidades que hacen que todos los presidentes abandonen el poder con una pésima valoración popular. Perú es un Saturno que devora a sus políticos, nadie se salva.
Kuczynski, que arrancó ya débil con esa victoria por la mínima y solo 18 diputados fieles, utilizó durante un año y medio la estrategia de apaciguamiento con el fujimorismo. Lo probó todo. Les concedió hasta cinco cabezas, las de los ministros que ellos forzaban a dimitir. Incluso se mostró dispuesto a conceder el indulto a Alberto Fujimori, el patriarca, en la cárcel por corrupción desde 2007.
La familia Fujimori es tan compleja que la hija mayor, Keiko, está enfrentada con su padre y no quiere que lo indulten. Pero el segundo hijo, Kenji, se mantiene fiel al progenitor y negocia con PPK el indulto. Ambos batallan por el poder del partido.
PPK ha buscado también esa división y sobre todo el apagaciguamiento, pero siempre fracasó. Por eso a última hora el presidente se concentró en utilizar un arma mucho más eficaz, la misma que le llevó al poder, el antifujimorismo. Pero a la vez también buscaba -y lograba- que la división en la familia Fujimori le ayudara a salvarse.
Pronto se sabrá qué precio pagó el presidente por esa traición dentro del grupo que sigue dominando de una u otra manera la política peruana.