La caída de Rob Porter, el asesor de la Casa Blanca que dimitió el miércoles tras ser acusado de maltratos a sus dos exesposas, ha hecho que se repita el guión: Donald Trump se pone del lado del denunciado por abusos (un hombre) y minimiza a la víctima (una mujer). El presidente estadounidense, que arrastra un largo historial de acusaciones de acoso sexual y de comentarios misóginos, ha defendido a Porter y ha cuestionado implícitamente el movimiento #MeToo (Yo También), que en los últimos meses ha rebajado el umbral de la tolerancia en Estados Unidos y se ha llevado por delante a un reguero de personalidades denunciadas por abusos.
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Como en anteriores ocasiones, Trump no ha amainado una tormenta sino que la ha atizado. Tampoco ha adoptado el tono cauto, ejemplificador y transversal esperado en situaciones de ese tipo. “Hizo un muy buen trabajo cuando estuvo en la Casa Blanca. Esperamos que tenga una carrera brillante y tiene una gran carrera por delante”, dijo el viernes sobre Porter, en sus primeros comentarios del escándalo.
El presidente elogió a su exsecretario de personal, calificó de “muy tristes” y “sorprendentes” las acusaciones y urgió a “recordar” que su exasesor ha afirmado con “mucha rotundidad que es inocente”. No hubo ningún reconocimiento a la valentía de las dos exesposas de plantar cara a un hombre poderoso -explicaron su caso a la prensa y aportaron pruebas- ni palabras contra la lacra de la violencia machista. Nada. Incluso John Kelly, el jefe de gabinete de Trump, ha rectificado. Tras calificar el martes, al aflorar las acusaciones, a Porter de un “hombre de integridad verdadera”; el miércoles subrayó que “no hay lugar” en una sociedad para los maltratos a las mujeres.