Por Juan Bautista Durán
Ex Catedrático de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD)
Pese a que el dictador Rafael Leónidas Trujillo fue ajusticiado en 1961, hará dentro de poco seis décadas, todavía se habla y con razón de trujillismo o neotrujillismo, y no solo porque un nieto del tirano, Ramfis Domínguez Trujillo, se haya lanzado al ruedo político dominicano.
Esta vez, no quiero desviar mi atención hacia lo que bien parece una pantomima politiquera, un espectáculo circense que aparentemente protagoniza un tipo cuyas credenciales no solo son opacas, sino también cuyas ideas no resisten un mero análisis.
Dos vertientes se apuntan de inmediato en mis consideraciones acerca del surgimiento de este heredero del neotrujillismo. Una es el que de ninguna manera que este señor actúe solo, sino que en verdad es una punta de lanza de sectores oscuros que, o bien desean distraer la atención del pueblo dominicano sobre sus verdaderos problemas, y que al mismo tiempo activan, a través del nieto del dictador, todo un mecanismo propagandístico para exaltar determinados valores políticos.
Llama la atención el hecho de que Domínguez Trujillo emerge en el escenario dominicano en un momento en el que el nacionalismo más rancio se adueña de las ideas más atrasadas, mientras las encuestas más reputadas apuntan la cada vez más baja popularidad de la administración peledeísta y el enorme rechazo de la intentona reeleccionista del presidente Danilo Medina.
En este contexto, cabría preguntarse qué busca en la política dominicana el nieto de Trujillo, clamando falsamente en contra de la corrupción y a favor de políticas públicas que jamás soñó aplicar su abuelo.
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Pero hay algo más. No será este lanzamiento político absurdo la obra de sectores que pretenden enviar un mensaje siniestro a la población dominicana? El solo hecho de que Ramfis Domínguez Trujillo, con toda la desvergüenza del mundo, se haya atrevido a tirarse a la arena dominicana como otro político cualquiera, pretendiendo ignorar el pasado oprobioso que le antecede, refleja hasta qué punto se ha degradado la actividad política en la República Dominicana.
El liderazgo nacional, con honrosas excepciones, se ha concentrado en enriquecerse desde el poder o con el poder, importándole un comino el que las nuevas generaciones conozcan a cabalidad lo que fue la dictadura trujillista y de cómo durante 31 años se conculcaron las libertades, convirtiendo toda una nación en la finca particular de Trujillo, su familia y sus paniaguados.
Resulta pues más que sospechos como un salvador es porque ha percibido que en el país se ha llevado la desvergüenza a categoría política y porque el gobierno, con sus acciones, valida los supuestos reclamos de mejoría social que pregona con perfidia el nieto de Trujillo.
Pese a haber sido decapitada la tiranía aquella noche gloriosa del 30 de mayo, todavía pervive en las cúpulas políticas, el espíritu del autoritarismo, la canonjía, la represión, la mordaza y el cientelismo, aunque disfrazados con ropajes seudodemocráticos, pero igual factura de cuando el perínclito de San Cristóbal regía el país con mano de hierro.
Si hoy existen dominicanos que reclaman la aplicación de mano dura contra la corrupción, la delincuencia, la inseguridad ciudadana, el nepotismo, la impunidad o la aplicación de políticas públicas no clientelares es porque existen un vacío que no ha sido llenado por los sucesivos gobiernos que siguieron a la decapitación de la tiranía trujillista.
Y resulta vergonzoso que después de tantos años de haber sido ajusticiado el sátrapa de San Cristóbal, esos gobiernos no hayan honrado con una buena administración de los dineros públicos la muerte de millares de dominicanos y dominicanas que cayeron víctimas de aquella dictadura. Ayer tuvimos al Jefe y hoy tenemos jefitos.
Solo conociendo la historia es posible no solo saber las causas de nuestros pesares presentes, sino también aprender a evitar que se repitan. Solo con un profundo cambio de mentalidad política y nuevos hombres y mujeres será posible reorientar el rumbo el país y evitar así que gobiernos como el que nos desgobierna nos recuerden las prácticas trujillistas y casi nadie recuerde con qué se comía eso.