Por Isaac Manuel Hernández Álvarez
Ahora que tanto se habla y se escucha a través de los medios de comunicación, incluso a pie de calle, de la irrupción en la sociedad de eso que llamamos el marketing político, debemos de saber que no es nada nuevo y ni mucho menos diabólico.
Simplemente este conjunto de herramientas lo que ha hecho es aunar en un mismo espacio especialidades, entre otras, como la psicología política, la estadística, la ciencia, el estudio de los hábitos humanos, la investigación de mercados, la comunicación, y las personas para conseguir que un candidato o partido sea más eficaz y más eficiente llevando su producto político al votante apropiado, siendo este quién tiene la última palabra a la hora de “comprar” y pagar con su confianza en las urnas.
Hasta los últimos años las técnicas de marketing estaban asociadas casi de manera unilateral al mundo empresarial y comercial, en cierta forma la mayor necesidad de vender de las empresas y de estar más cerca del consumidor, hacía imprescindible conocer mejor a su target de cliente y a los competidores, obligaban a ser creativos y diferentes.
El derecho a mejorar
Las personas dedicadas a la política también tienen derecho, más bien necesidad de gestionar mejor sus recursos, conocer mejor a sus votantes, ofrecer y dirigir mejor su programa electoral y ser más rentables en cuanto a la venta de su cartel político, en realidad es un acto de responsabilidad con la ciudanía y con su partido político.
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También hay que tener en cuenta otro apartado muy relevante, el mercado político ha estado ocupado por muy pocas marcas, por lo tanto, discursos políticos planos, debates televisivos aburridos, poca competencia y una escasa asimilación de la necesidad de innovar y de tener estrategias políticas para sorprender y emocionar al elector.
Es una cuestión de ordenar las ideas, en saber como ganar elecciones municipales con un manual de marketing práctico, por lo que la utilización de técnicas de venta y de comunicación pública, la necesidad en la estrategia electoral de conseguir votos a costa de quitárselos a los adversarios, hacer investigaciones de mercado electoral para conseguir identificar ciudadanos que puedan dar su confianza en las próximas elecciones, son perfectamente lícitas y necesarias en el diseño de campañas electorales exitosas.
Psicología Política
Es el momento de aclarar que a eso a lo que llamamos marketing político es algo que venimos haciendo todos en nuestro entorno, en nuestra casa y desde siempre. ¿Quién no ha persuadido a un hijo, nieto, vecino, para conseguir algo a cambio? ¿Cómo se ha actuado y en base a que conocimientos del momento, de los gustos, de las preferencias de un pariente o amigo para conseguir el objetivo en lo más cotidiano de cualquier hogar?
¿Cuántas veces no habrás oído que la Iglesia es la empresa que mejor marketing ha hecho en la historia de la humanidad? Seamos justos y respetuosos entonces a la hora de valorar el concepto de marketing político, otra cosa es el uso, su aplicación, y con que intención en una campaña política.
Como he comentado en algún que otro artículo y blogs de política, venimos de la época de despachar política y ahora más que nunca toca vender, no queda otra.
Por otro lado, se tiende equivocadamente a simplificar y equiparar el mundo del marketing electoral con la venta engañosa de argumentos o productos políticos, nada más lejos de la realidad. El intentar engañar es una cuestión de intención humana y para nada va asociado a la herramienta o el camino que se lleva para llegar al razonamiento del cliente, en este caso, de un pueblo cada vez más informado y mucho más inteligente que lo que muchos piensan o creen.
Finalmente, una pequeña reflexión, no todos valemos para hacer marketing público, no todos valemos para dirigir una orquesta sinfónica, no todos valemos para construir un mueble o para cuidar una flor. El marketing político y electoral comprende demasiados apartados y factores decisivos como para tomarlos a la ligera, que, usados desde el desconocimiento o por personas inapropiadas, si que pueden convertirlo en el demonio.