Justo cuando el presidente Donald Trump se reunía este domingo con su homólogo ruso Vladimir Putin en Helsinki, Finlandia, a miles de millas de distancia el Departamento de Justicia de Estados Unidos anunciaba la detención e imputación de la presunta agente encubierta rusa María Butina, cuando se preparaba para salir de Washington hacia Dakota del Sur.
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Según la acusación de un gran jurado, Butina, de 29 años de edad, se encontraba en el país con visa de estudiante, aunque realmente trabajaba para un alto funcionario del Kremlin sin haberlo notificado debidamente, lo que constituiría un delito de conspiración que puede conllevar una condena de hasta cinco años de prisión.
Aparentemente, la joven estudiante de Ciencias Políticas que se instaló a EEUU en agosto de 2016, medró en los entresijos de las altas esferas del movimiento conservador estadounidense con el objetivo de “penetrar en el aparato nacional de toma de decisiones de Estados Unidos para avanzar en la agenda de la Federación Rusa”, escribió el fiscal del Departamento de Justicia sobre los cargos.
Butina entabló amistad con influyentes líderes de la Asociación Nacional del Rifle y la Conferencia de Acción Política Conservadora, alabando su interés en los asuntos estadounidenses y sus esfuerzos por promover los derechos a las armas en la Rusia restrictiva de Putin. Se puso de lado de los candidatos presidenciales del Partido Republicano, buscando primero un encuentro con el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, y luego con el propio Donald Trump.
Pero desde que recaló en tierra estadounidense, el FBI la marcó en su radar para determinar con quién se estaba reuniendo y qué estaba haciendo en Estados Unidos, un tipo de rastreo es frecuente cuando se sospecha de extranjeros que trabajan en nombre de un gobierno extranjero.
Para entonces, Butina ya había interrogado públicamente a Trump sobre sus puntos de vista sobre Rusia y se reunió brevemente con su hijo mayor en una convención de la NRA. Después de que el FBI comenzó a monitorearla, Butina asistió a un baile en la inauguración de Trump y trató de organizar una reunión entre él y un alto funcionario del gobierno ruso en un evento del año pasado, narra un amplio reportaje publicado por el diario The Washington Post.
Para 2017, después de haberse matriculado como estudiante de posgrado en la Universidad Americana en Washington, y con la excusa de un trabajo de investigación de su carrera, Butina comenzó a investigar grupos de izquierda, tratando infructuosamente de entrevistar a un grupo de derechos civiles con sede en Washington, D.C. acerca de sus vulnerabilidades en la red.
De los bosques de Siberia a Washington
Robert Driscoll, abogado de Butina citado por el Post, sostiene que ella no es agente ruso, sino simplemente una estudiante con un interés en la política y el deseo de establecer contactos con los estadounidenses. “Tiene la intención de defender enérgicamente sus derechos y espera poder limpiar su nombre”, dijo Driscoll en un comunicado.
Funcionarios estadounidenses alegan que sus actividades muestran la amplitud y sofisticación de las operaciones de influencia de Rusia en Estados Unidos. Al mismo tiempo que los fiscales afirman que 12 oficiales de inteligencia rusos en Moscú trataron de afectar la campaña presidencial de 2016 hackeando y entregando documentos robados a los demócratas, Butina en nombre del Kremlin tendía puentes con poderosas figuras conservadoras, de acuerdo con los archivos de la corte.