En la larga noche electoral del martes hubo ecos en Washington del 2 de noviembre de 2010. El partido del inquilino en la Casa Blanca perdió el control de la Cámara de Representantes, pero logró mantener su mayoría en el Senado. La agenda legislativa del presidente quedó en jaque. Le ocurrió entonces al demócrata Barack Obama. Ocho años después, al republicano Donald Trump.
Empieza una nueva era. Trump, que se había acostumbrado a dictar —aunque a veces con poco éxito— la agenda legislativa a los republicanos que dominaban los dos hemiciclos del Congreso, se verá obligado ahora a negociar con los demócratas. Para un presidente que recela del multilateralismo y cuyo ADN político gira en torno a atizar divisiones, es una incógnita cómo interpretará la necesidad de entenderse con la oposición.
Muro con México
Los peligros se disparan para Trump. Cualquier ley tiene que ser aprobada por la Cámara y el Senado, es decir, necesitará a los demócratas si quiere abordar grandes reformas. Parece imposible, por ejemplo, que se apruebe cualquier medida restrictiva en inmigración, como el soñado muro con México que pretende levantar Trump. Lo mismo le ocurrirá con sus peticiones de endurecer la protección a inmigrantes o desmantelar la reforma sanitaria de Obama.
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Un hipotético ‘impeachment’
En este último asunto es donde recae el mayor riesgo para el presidente. Al controlar la Cámara, los demócratas tendrán la capacidad de iniciar un hipotético proceso de impeachment (destitución) contra Trump en caso de que consideraran que ha podido cometer delitos graves dependiendo del desenlace de la investigación del fiscal especial de la trama rusa, Robert Mueller. La Constitución concede a la Cámara la votación inicial de cualquier proceso de destitución. Debe ser aprobada por una mayoría simple, lo cual teóricamente sería factible dado el control demócrata del hemiciclo. Pero después el proceso se trasladaría al Senado, donde sus posibilidades de éxito son escasas dado que es necesario el voto a favor de dos tercios del hemiciclo y parece improbable que los republicanos se desmarquen de Trump.
Solo ha habido dos impeachments a un presidente en la historia de Estados Unidos, ambos del Partido Demócrata: en 1868 a Andrew Johnson y en 1998 a Bill Clinton. Ambos procesos fueron aprobados por la Cámara de Representantes pero rechazados por el Senado.
Esta aritmética pone muy en duda que los demócratas quisieran impulsar un impeachment a Trump porque, además, podría acabar reforzando al presidente. Los primeros indicios apuntan más a que desean utilizar su mayoría en la Cámara para desgastar al mandatario y exhibir sus prioridades políticas.
Declaraciones fiscales de Trump
Al asumir en enero la mayoría del hemiciclo, los demócratas tendrán el control de todos los comités de la Cámara. Eso les concederá un enorme poder. Como hicieron los republicanos con Obama, los demócratas podrán impulsar todas las investigaciones que deseen y convertirse en un potente contrapoder a Trump. Por ejemplo, se especula con que tratarán de obligar por ley al presidente a difundir sus declaraciones fiscales o indagar en algunas de las polémicas de su mandato, entre ellas si el equipo de Trump pudo coordinarse con la injerencia electoral de Rusia en 2016.