No hubo fumata blanca —tampoco se esperaba— para una solución al enfrentamiento, pero sí un acuerdo de tregua. En su esperadísima cena en Buenos Aires tras la clausura del G20 en Buenos Aires, los presidentes de EE UU, Donald Trump, y de China, Xi Jinping, acordaron darse 90 días para intentar negociar una solución a la guerra comercial entre las dos grandes potencias económicas mundiales. Pero más allá de seguir negociando, no lograron avances de calado. Los desacuerdos fundamentales que han motivado la guerra comercial siguen encima de la mesa.
Donald Trump se jactó hace unos meses de que, si al final una contienda comercial resultaba inevitable, para Estados Unidos sería “fácil de ganar”. La mayor economía del mundo compra a la segunda, China, mucho más de lo que le vende, creando ese famoso déficit comercial de más de medio billón de dólares que tanto le saca de quicio. Dado el desfase, en la lógica del estadounidense, el pulso solo podía arrojar un vencedor, Washington, pero los meses de tensiones han moderado su discurso. Algunas de las represalias chinas han afectado de lleno a las bases electorales de Trump, como a los productores de soja —desde que en primavera comenzaron a anunciarse medidas arancelarias, los precios por fanega de soja han bajado un 20%—, y la subida de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal está fortaleciendo el dólar y complicando aún más las exportaciones. Mientras, gigantes como General Motors han anunciado cierre de fábricas en EE UU, ajenos a los planes trumpistas de tratar de proteger la industria fabril doméstica. Ese es el contexto en el que el presidente llegó a la cumbre del G20 —celebrada el viernes y sábado en Buenos Aires— que ha propiciado el alto al fuego.
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También comenzarán de inmediato las conversaciones en torno a cinco áreas en las que EE UU exige reformas a China: la transferencia forzosa de tecnología, la protección de la propiedad intelectual, las barreras no arancelarias, la piratería y las incursiones informáticas, los servicios y la agricultura.
Ambas partes han ganado aire. Trump, obsesionado con los mercados bursátiles, evita el efecto de un anuncio de aranceles después de las caídas de octubre y noviembre. Y las compañías estadounidenses ganan tiempo para ajustar sus cadenas de suministros. Pekín, por su parte, ve alejarse la amenaza de nuevos gravámenes a sus productos hasta después de la pausa del Año Nuevo chino (en febrero).