2019 se presenta como un año potencialmente muy turbulento, marcado por una doble lucha que puede verse exacerbada por una inquietante ralentización económica, los pulsos entre potencias y entre clases.
Entre potencias, porque vivimos un momento de cambio, con la superpotencia hegemónica —los Estados Unidos de Donald Trump— que busca de forma agresiva mantener su condición de supremacía con la confrontación más que con la cooperación; porque la ascendente —China— se siente cada vez más segura de sí misma y aspira a mayor protagonismo; la decadente —Rusia— es cada vez más insegura y, por tanto, dispuesta a dar zarpazos para reequilibrar su declive; y la Unión Europea anda afligida por desafíos existenciales.
Entre clases, en Occidente, por la creciente tensión entre los sectores hasta hace poco dominantes que defienden el modelo globalista y las clases populares que, al verse perjudicadas, abrazan propuestas antagónicas. El nacionalismo, en potente auge en esta década, es el gran tótem en todo este panorama.
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En las potencias emergentes también el nacionalismo es la principal bandera en este tiempo. En China, el régimen autoritario lo utiliza en clave interna para mantener prietas las filas en momentos de desaceleración económica y en clave externa para consolidar su empuje hacia un reequilibrio geopolítico global. La democrática India también optó por la propuesta nacionalista de Modi: habrá que ver si la revalida este año. Rusia vive también agarrada al nacionalismo de Putin durante todo lo que va de siglo XXI.
La salida de Reino Unido de la UE prevista para el 29 de marzo, las elecciones a la Eurocámara el 26 de mayo, la guerra comercial global, la lucha de China para evitar una abrupta ralentización económica, las legislativas en India, el descarnado pulso entre las potencias regionales en Oriente Próximo, etcétera. Casi todo puede ser decodificado a través del prisma del nacionalismo, aun en circunstancias muy diferentes. Veamos.
BREXIT
La Britannia que gobernaba las olas se halla con el agua del Brexit hasta el cuello. El referéndum que lo aprobó fue el primer gran símbolo del hartazgo de las clases populares con las sociedades abiertas. A finales de marzo expiran los dos años de negociación previstos por el artículo 50 del tratado de la UE y debe materializarse el divorcio con Bruselas. Hasta donde llega la mirada, no hay en Westminster mayoría parlamentaria para ningún tipo de Brexit: ni el que selló Theresa May con los Veintisiete, ni ningún otro.