Lic. Julio Eduardo Díaz Sosa
Durante siglos los científicos sociales han tenido la percepción de que los países seculares tienden a ser más ricos que los países religiosos. Esta percepción fue alimentada por el hecho que de las primeras nueve civilizaciones que existieron en la hu
manidad, la hebrea fue la que menos aporte hizo al campo de la ciencia y el saber, y por ende fue la que menos desarrollo experimentó.
Sin embargo, este mito inició a derribarse en el siglo XX, ya que la secularización de los pueblos empezó mucho antes que el desarrollo económico, y que la secularización no hizo a los países más ricos por tal atributo. No existe una correlación positiva entre desarrollo económico y las opiniones que tienen los individuos del pasado.
El sociólogo francés Emile Durkheim decía que el desarrollo económico acontecía primero que la secularización. Durkheim afirmaba que la religión era un encuentro de la sociedad con funciones prácticas, tales como la educación y el bienestar.
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Pero cuando las sociedades empezaban a volverse más prosperas materialmente hablando, estas dejaban de lado a la religión. Sin embargo, años más tardes el sociólogo alemán Max Weber decía lo contrario de que el cambio en lo religioso ocurría primero que el progreso económico.
Una muestra de ello fue el establecimiento de un Estado teocrático de corte totalitario en la ciudad de Ginebra por el seguidor de Martin Lutero, Juan Calvino, donde la moral prevalecía sobre todas las cosas, y la ética de trabajo; sin importar el oficio llevó al progreso económico de ese Estado, y los países del Norte de Europa que adoptaron la doctrina Calvinista progresaron.
La realidad es que investigaciones recientes indican que la secularización de las sociedades ocurrió primero que el desarrollo económico, por ende, decir que la religión es un atraso de los pueblos es un sofisma. El progreso de los pueblos se obtiene cuando se respetan los derechos individuales y prevalece el respeto a las instituciones.
Por tal razón, aquellos políticos que por hacerse los graciosos con la élite progresista reniegan de los valores cristianos de sus pueblos, no tienen un fundamento socioeconómico para atentar contra el orden constitucional establecido en su Carta Magna.
Lic. Julio Eduardo Díaz Sosa