Por Raúl Mejía Santos
Los acontecimientos suscitados durante la presidencia de Donald John Trump son un libreto de mal gusto. El cuadragésimo quinto presidente en la historia republicana de ese país muestra señales de incompetencia, ignorancia, falta de seriedad e incapacidad en el desempeño de sus funciones, las más delicadas en el ordenamiento político global.
No esperábamos plato tan fuerte, aunque siempre dio señales poco alentadoras con su comportamiento errático en la campaña electoral. Sus adversarios alertaron el tétrico panorama que hoy nos preocupa, advirtiendo la poca afinidad que siente el mandatario por las instituciones, el civismo y el espíritu patriota que debe exhibir el primer ejecutivo.
Trump es la excepción a quienes han ocupado el cargo desde la fundación de la república en 1776, su actitud gansteril choca con la verdad y la razón de quienes ostentan cargos públicos de alto perfil en su gobierno. La inestabilidad y caos institucional son la norma y su agenda oculta, matizada por la extensa colaboración de los rusos en el proceso electoral para aventajarle, ha dado paso a un evento histórico: la investigación de índole criminal por el FBI del propio presidente de la república.
El brazo investigativo del gobierno federal indaga a Trump y sus colaboradores más cercanos, por acciones catalogados como alta traición a la patria. La colaboración rusa para darle ventaja al entonces candidato republicano fue planificada por disposición de los servicios de inteligencia militares del Kremlin, contando con el aval del presidente Vladimir Putin.
El objetivo era descarrilar a la demócrata Hillary Clinton, catalogada por el gobierno ruso como una figura hostil a sus intereses estratégicos políticos y militares. La frecuencia y naturaleza de los ataques cibernéticos, arma efectiva que se presta para manipular las masas, dejaron huellas provenientes de la ciudad de San Petersburgo, cerca de un antiguo cuartel soviético.
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La guerra cibernética, apodada “Gran Oso Pardo”, se orquestó a través de todos los medios y redes sociales utilizadas frecuentemente por norteamericanos. Nuestra absurda dependencia en las redes y la internet nos convirtió en presa fácil.
La campaña de descrédito y falsedades iban dirigidas hacia el partido opositor aún en el poder bajo el presidente Barack Hussein Obama. Gráficas y mensajes alusivos al tema migratorio, el colapso mercantil, el fracaso de la guerra antiterrorista, la confabulación de los ricos contra los pobres, la mafia demócrata, el empobrecimiento del pueblo para favorecer intereses foráneos, por ejemplo, fueron bombardeados diariamente a millones de suscriptores norteamericanos de servicios tan comunes como Twitter, Facebook e Instagram.
El esfuerzo ruso fue colosal, sentaron a Trump en la presidencia de Estados Unidos para tener un aliado. Un análisis minucioso del escenario geopolítico europeo es revelador, los rusos marchan a son de guerra sobre Ucrania, Crimea, Georgia y Siria.
Amenazan otros países de la región como Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, Finlandia y Bielorrusia. El expansionismo ruso no tiene precedente en la historia moderna, sólo compara con el viejo bloque soviético.
Tener un poderoso aliado en occidente, debilitando las instituciones y alianzas políticas o militares, e interrumpiendo el orden cívico nacional, como negándose a financiar las operaciones gubernamentales porque no le complacen con la construcción de un inútil muro fronterizo, resulta útil a la estrategia rusa.
Es natural, todos los imperios en la historia tienen sus fases. Nacen, experimentan un vertiginoso desarrollo, crecen, pero luego se debilitan y desaparecen. Pasó con los romanos, bizantinos, españoles, ingleses y eventualmente ocurrirá con nuestros vecinos del norte. Somos testigos de la etapa final del gran imperio norteamericano.