“Mi estilo de negociar es bastante simple y directo. Apunto muy alto y entonces empujo y empujo hasta conseguir lo que busco”. Así es como Donald Trumpdefinía en los años ochenta su estilo de negociador en el salvaje mercado inmobiliario de Manhattan. Y ese es el estilo que ha marcado también su presidencia. Su pulso por arrancar una partida presupuestaria para empezar a construir el polémico muro en la frontera de México —arguyendo la lucha contra la inmigración irregular— llevó al cierre de la Administración federal el pasado diciembre por falta de fondos. Si los legisladores demócratas no pasaban por el aro de ese muro, no habría acuerdo de financiación y, por tanto, cerraría el Gobierno. Amenazó con mantenerlo así hasta el infinito. Pero el viernes, tras 35 días, claudicó y reabrió la Administración sin rastro de esos dólares. Se había estampado con otro muro bien distinto, que no esperaba: Nancy Pelosi.
La presidenta de la Cámara de Representantes, tercera autoridad de la nación, lleva más de 30 años en la jungla de Washington y ha mamado la lucha política desde que nació. Su padre, Thomas D’Alesandro, fue congresista, alcalde de Baltimore y frustrado aspirante a gobernador, y ella lanzó su carrera como legisladora demócrata desde California, adonde se mudó tras casarse con el financiero Paul Pelosi. Rica, blanca y católica, simboliza para muchos la quintaesencia del establishment. Su hoja de servicios, no obstante, la acredita como una de las voces más liberales del partido: votó contra la guerra de Irak y fue una de las primeras en apoyar el matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando casi ningún progresista —incluido Barack Obama— lo hacía aún. En 2007 se convirtió en la primera mujer speaker del Congreso y este 2019 ha conseguido regresar al puesto (algo que nadie había hecho en más de medio siglo) conteniendo el conato de revuelta entre los demócratas que reclamaban un nuevo rostro. Tiene 78 años, ama el poder y ha doblado el brazo de Trump a golpe de sangre fría.
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“Es un berrinche del presidente. Tengo cinco hijos, nueve nietos, y reconozco un berrinche cuando lo veo”. Así es como Pelosi se refería el pasado 11 de enero al mandatario, después de una de esas negociaciones infructuosas y una tormenta de mensajes en la cuenta del republicano. Justo un mes antes, durante una acalorada discusión ante las cámaras con la californiana y Chuck Schumer, líder demócrata en el Senado, su temperamento le traicionó: “Me siento orgulloso de cerrar el Gobierno por seguridad en la frontera porque la gente de este país no quiere delincuentes, hay drogas y gente con muchos problemas entrando en nuestro país”, espetó a mediados de diciembre. Muchos ciudadanos lo recordarían después.