Por el Dr. Juan Durán
Cincuenta y cuatro años después de la gloriosa Revuelta de abril de 1965, es mucho lo que de lecciones puede aprenderse de aquel suceso trascendental en el que todo un pueblo, con una dirigencia cívico-militar de avanzada, pretendió dar un vuelco a la historia moderna dominicana.
La gesta, que parió el liderazgo inmenso y eterno de coroneles como Francisco Alberto Caamaño y Rafael Fernández Domínguez, y dirigentes de talla sin igual como Fafa Taveras.
Fue un acontecimiento que procurando devolver la Constitucionalidad mancillada por el golpe de Estado contra Juan Bosch en 1963, quedó a su vez malograda por la odiosa intervención norteamericana, segunda de este siglo en nuestro país.
El Triunvirato, un gobierno corrupto y entregado a los peores interés del país y como satélite del gobierno de Estados Unidos, no pudo evitar, pese a la represión que la sociedad civil y militares comprometidos con el pueblo se levantaran con el propósito de reivindicar la Constitución de 1963 y con ello protagonizar lo que hubiera sido un significativo paso de avance en la institucionalidad dominicana.
La primera de las lecciones es que un pueblo unido, siguiendo directrices vinculadas a los más caros anhelos populares y con una dirigencia mancomunada que se sobreponga a los intereses particulares, es capaz de enfrentar cualquier designio, cualquier poderoso ejército, cualquier amenaza por defender su dignidad.
El pueblo en armas supo enfrentar con gallardía y valor a las huestes militares más reaccionarias, y cuando éstas se vieron reflejadas en la derrota, miraron hacia Washington, como lacayos que eran, y pidieron la intervención de Estados Unidos. Sin embargo, este giro no amedrentó a las fuerzas constitucionalistas, que resistieron valientemente a decenas de miles de marines norteamericanos de la 6ta flota con sus armas sofisticadas.
Otra lección aprendida es que en cada etapa histórica, como en abril de 1965, habrá intereses mezquinos que complotarán siempre contra el pueblo, apoyado en sectores retrógradas nacionales y vínculos inexcusables con el capitales extranjeros.
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Más de medio siglo después, la revuelta de abril enseña que en cada momento, y cuando la Patria lo ha querido, siempre surgen del anonimato el héroe y la heroína necesarios para conducir a un pueblo valeroso en batallas por la libertad y el decoro.
Fue tal la hidalguía, valor y temple que demostraron los hombres y mujeres de abril, que su ejemplo irradió el mundo, ganando la solidaridad y reconocimiento de líderes y pueblos en todo el planeta, y hasta el Premio Nobel Pablo Neruda le cantó en uno de sus poemas, Versainograma a Santo Domingo.
Dediquemos hoy siquiera un minuto de nuestro día a reconocer y agradecer el sacrificio de quienes combatieron y murieron por defender la dignidad nacional en la contienda de abril, una revolución frenada por la bota invasora y la intriga de la reacción
local, pero cuyos ideales se mantienen incólumes, para que las nuevas generaciones no olviden y aprendan de ella.
Es por ello, que el devenir histórico creará la bases para instaurar una verdadera democracia que afiance el compromiso con el pueblo dominicano en beneficio de todos los ciudadanos.
No que gobiernos corruptos, con corporaciones económicas a sus espaldas, se instalen en nombre de un partido supuestamente democrático para que sus dirigentes se enriquezcan de los recursos del estado.
Hoy es un día que llena las páginas de gloria de nuestro mancillado y pisoteado pueblo, que sirva este recuerdo para que entre todos asumamos con responsabilidad el fortalecimiento de una verdadera democracia.