Por Milton Olivo
El estruendo ensordecedor, lo hizo saltar de la cama. Su corazón golpeaba su pecho, con la desesperación con que se golpea una puerta cerrada cuando un desesperado trata de escapar de un incendio que calcina su piel. Fue despertado por un interminable ruido de cornetas, fanfarrias, y un griterío abrumador que no tiene fin.
No es tiempo de carnaval se dijo Juan Gómez. A que se deberá tanto ruido. ¿Habrá pasado algo, se pregunto? Era alto, moreno, pelo crespo. Y era algo más del medio día. Y no era ningún día de carnaval.
-¿Qué pasa? Después de ordenar sus pensamientos, salió y pregunto a los miembros de la familia presente.
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-Es el pueblo que no está en la nomina del gobierno, reclamando respeto a la democracia, y rechazando la suspensión de las elecciones.
El problema es que es un asunto que trasciende este gobierno. Es fruto de la corrupción. Y la corrupción, resultado de la concentración del poder en el presidente. Que al controlar los recursos, la justicia y las instituciones armadas, al tener el poder de designar sus titulares, designa comprometidos con él, y todos se convierten en una asociación de malhechores, unos, y de genuflexos otros, que le permite al presidente hacer lo que le venga en ganas. Y la raíz de todo, está en la constitución, al establecer que el presidente designe los ministros, jueces, procurador, Cámara de Cuentas, Director PN, Ministro de las FFAA. Y los titulares, o se someten o el presidente los destituye. Dijo.
En síntesis, la desgracia nacional es que la Constitución concentra todos los poderes en el presidente, y excluye totalmente sectores independiente de que sean parte del poder, de manera que el presidente queda mano libre para rodearse de “amigos” y socios. Continuó.
Y podrán hacer mil marchas, y mientras sea la misma Constitución, el país seguirá condenado al más de lo mismo. Hay que verlo desde un punto de vista humano. Usted es candidato, tiene un amigo que invirtió 50 millones en la campana, usted lo nombra ministro… ¿Pero para qué? Para que saque su inversión. Y como el presidente es determinante en elección de Jueces, designa al Procurador y a los miembros de la Cámara de Cuentas, todos se tapan. Y esa es la desgracia. Y mientras el pueblo no entienda eso, seguirá condenado al más de lo mismo.
– ¿Y cuál sería la solución? le dijo se esposa Dora con pesimismo.
– Una nueva Constitución que le quite todos esos poderes al presidente. Le contestó.
En lo personal, creo que en una nueva Constitución debe establecerse el Consejo de la Magistratura que designe los jueces de las Altas Cortes, debe estar formado por una instancia totalmente separada del poder político, que podría ser los Rectores de todas las universidades. Jueces que sean de por vida, salvo faltas. Y que al ser independiente del poder político, se concentraran en administrar justicia. Que el Procurador, sea designado por una supercomision formada por los Decanos de Ciencias Jurídicas de las universidades. Que se establezca el sistema de jurados, para que la justicia este en manos del pueblo. Y que se establezca el Código del Sentido Común, ósea que las penas la determinen los jurados, según la gravedad del caso, y no estén amarrados a un código manipulado para favorecer la corrupción y los intereses creados. Y que la cámara de cuentas, sea elegida por concurso en el Colegio de Notarios, y ratificada por el poder legislativo. Que debe ser de una sola cámara, el país gana eliminando el senado. Pero que ese congreso unicameral este formado 50% por representantes de los grupos organizados de la sociedad civil. Desde empresarios, comerciantes, productores, académicos, jóvenes, artistas, etc. Y que la PN, sea descentralizada en Policías Municipales y del D.N. Y que su director sea designado por los respectivos Consejos de Regidores. Y que los Ministros, sea electo por concursos en sus respectivos colegios profesionales, y ratificados por el Poder legislativo, que debe convertirse en el centro del poder. Para que pase de un individuo a una institución colectiva. Y los gobernadores deben ser electo por la población provincial. Y deben disponer de sus presupuestos para crear sus instituciones locales, repartiendo el 50% de la partida de inversión del presupuesto entre las provincias en proporción a sus habitantes, para que con los recursos humanos locales, puedan impulsar sus propios planes de desarrollo. Y los actuales ministerios convertirlos en centros de investigación, desarrollo e innovación, para asesorar los Ministerios provinciales.
Son 176 anos fracasando con un sistema presidencialista. Hay que estar locos, esperar resultados diferentes, si seguimos haciendo las cosas de la misma manera. Concluyó y se volvió a acostar.