Por Nelson Encarnación
Los de mi generación—y hablo de todo el que ha vivido en los últimos 60 años sin importar la edad—compartimos un mundo que la pandemia de coronavirus lo ha convertido en único y diferente, un cambio radical de la forma de convivencia y de interacción social.
Es una pandemia que marcará época, como siglos atrás se establecieron cronológicamente como referentes para identificar cuándo ocurrieron determinados hechos.
Es así como, por ejemplo, se habla del año de la peste como referencia de algo que ocurrió en Inglaterra en 1678, o de la fiebre amarilla que asoló varios países de Europa, o de la viruela en otras partes del planeta, etc.
Sin embargo, hablamos de un mundo totalmente distinto el que nos ha tocado vivir, en el cual las distancias no existen y el relacionamiento social es intenso, razón por la cual una enfermedad contagiosa se expande casi sin control.
Asistimos a algo inédito y de un impacto global, contrario a eventos anteriores en los cuales se afectó a algunos países de zonas específicas, y con determinadas condiciones.
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No es siquiera comparable con eventos generados por el hombre como la II Guerra Mundial, cuyo impacto devastador se reflejó básicamente en Europa y algunos países de otras zonas, pero no de carácter global aunque su nombre tiene ese significado.
Personas que ya estaban formadas para durante la conflagración recuerdan que la vida en la República Dominicana transcurría dentro de una normalidad llevadera, puesto que nuestra importancia no era ni siquiera relativa.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos cambiaron el mundo a partir del establecimiento de formas nuevas de comportamiento, esencialmente con modificación de aspectos relacionados con los viajes.
Ahora bien, si usted no viaja fuera de su país ni tiene esas relaciones intensas que le obligan a estar visible, su vida va a discurrir con absoluta normalidad, sin enterarse siquiera de que hay que quitarse zapatos y correas en los aeropuertos, o que no se puede abordar un avión con un corta uñas encima, mucho menos con un envase de cristal.
Todo eso afecta a quienes se mueven, no así a la inmensa mayoría de los 7,500 millones de personas que habitan este planeta, quienes se morirán sin haber visto un avión por dentro.
¿Podemos decir lo mismo del COVID-19 y sus efectos? Imposible. Este virus se ha globalizado, trastornando la vida civilizada, llevándola casi a los inicios más remotos en los cuales—conforme está antropológicamente documentado—eso que llamamos relacionamiento social era casi nulo.
No creo que el mundo estuviera preparado para lidiar con semejante desgracia, no ya en términos médicos, sino con este desbarajuste social devastador.