En una convensión virtual los demócratas nominaron oficialmente la noche de este martes a Joe Biden, como su candidato a presidente de Estados Unidos.
Biden con su discurso de aceptación cerrará una histórica Convención Demócrata este jueves. Activistas y cargos del partido se han sucedido en la pantalla para dar su apoyo al candidato desde cada uno de los Estados y territorios del país, de las playas de Hawái a los maizales de Iowa, pasando por un puerto de Rhode Island donde un tipo detrás del ponente exhibía un apetitoso plato de calamares rebozados, ofreciendo a los telespectadores confinados un álbum digital de fotografías de las vacaciones que el coronavirus les arrebató. Con esta versión virtual del tradicional roll call los demócratas han logrado, igual que la víspera, un eficaz producto televisivo, para mayor gloria de un veterano político que, en su tercer intento de alcanzar la presidencia del país, ha logrado convertirse en el elegido por su partido para liderar su deseo desesperado de impedir un segundo mandato de Donald Trump.
La votación virtual sirvió a la campaña de Biden para subrayar lo diverso de la coalición demócrata, mensaje que ha marcado los dos primeros días de convención. Con las intervenciones de este martes, se insistió en subrayar la anchura del espectro ideológico al que apela el candidato, pero el foco se amplió al espectro generacional. Estaba el pasado del partido y estaba el futuro, que la campaña decidió repartir entre 17 jóvenes promesas agrupadas en una pieza al principio del programa, pero que inevitablemente ha acaparado la popular congresista Alexandria Ocasio-Cortez. Lo ha logrado hacer, aunque se la ha relegado a un brevísimo discurso (un minuto) para cumplir el trámite simbólico de presentar la candidatura, ya perdedora desde hace meses, de su mentor, el izquierdista Bernie Sanders.
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pesar del papel disminuido que se le ha encomendado, Ocasio-Cortez ha tenido tiempo para describir el movimiento progresista del que, con la previsible retirada de Sanders, ella se ha convertido en portaestandarte. Se trata, ha explicado, de “un movimiento que se da cuenta de la insostenible brutalidad de una economía que premia con explosivas desigualdades de riqueza a una minoría, a costa de la estabilidad a largo plazo de la mayoría”. Su breve intervención fue un recordatorio a Biden de que, aunque contará con el apoyo de los suyos en noviembre, la izquierda sigue siendo una fuerza con la que deberá contar si gana las elecciones.
El papel secundario de la popular congresista revela las reticencias del aparato del partido a elevar a una líder de la izquierda como encarnación del futuro. Dividido ese futuro en una pantalla con 17 cuadrados, el partido renuncia, por primera vez en la historia reciente, a encumbrar en su convención a un ponente estrella permitiéndole brillar como a Barack Obama en 2004 o a Mario Cuomo en 1984.
El terreno del pasado del partido, por su parte, contó con una nueva y significativa incorporación: Bill Clinton.
Fue un presidente popular que ocupó la Casa Blanca en un anhelado periodo, el de la década de los noventa, de optimismo y prosperidad. Ha intervenido en cada una de las convenciones desde 1988. No hace tanto, en 2012, en la convención que nominó a Barack Obama para un segundo mandato, Clinton pronunció un discurso de nada menos que 48 minutos. Ocho años después, su presencia en el cónclave del partido se ha reducido a una alocución pregrabada de menos de cinco minutos, ubicada en el tramo de las reliquias, después justo de Jimmy Carter (95 años), y mucho antes de la hora noble del prime time televisivo.
Cuando aceptó la nominación del partido para su propio segundo mandato, en 1996, Bill Clinton prometió ser el presidente que construiría “el puente hacia el siglo XXI”. Pero este martes el partido ha volado definitivamente ese puente. La pérdida de influencia no es necesariamente consecuencia de su edad: cumple 74 años este miércoles, tres menos que Biden. Tiene más que ver con el peso de las alegaciones de abusos sexuales que pesaron sobre él, un legado incompatible con el movimiento MeToo del que el partido ha hecho bandera. Y con la transformación del propio partido que, aunque ha terminado nominando a un candidato tan centrista como Clinton, se ha alejado ideológicamente de la tercera vía que abrazó el 42º presidente.