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El pésimo manejo del presidente de Brasil de la pandemia amenaza con dejarlo sin empleo

Jair Bolsonaro presidente electo de Brasil

La muerte de pacientes asfixiados en hospitales de Amazonia por falta de oxígeno y la lentitud con la que avanza la vacunación en Brasil han dado nuevo impulso político a los que quieren ver lejos del poder al presidente Jair Bolsonaro. Su popularidad se erosiona. El pasado fin de semana, hubo caravanas de protesta convocadas por movimientos de izquierdas y de derechas. Y las peticiones de impeachment se multiplican, ya rondan las 60 solicitudes. La presión aumenta, pero ahora mismo las probabilidades de que alguna sea incluso debatida por el Congreso son escasísimas.

Los más fervientes detractores del presidente brasileño sueñan con que la pandemia propicie su caída, como le ocurrió al también populista y coronaescéptico Donald Trump. Las cifras oficiales indican que uno de cada 1.000 brasileños ha muerto de covid (217.000 fallecidos entre los 210 millones de habitantes) y casi nueve millones se han contagiado. Es el segundo país en muertes y el tercero en casos. Con cada Estado decidiendo cómo combatir la pandemia en su territorio ante la ausencia de dirección del Gobierno federal, Brasil vive una segunda ola, con los casos aumentando en más de la mitad del territorio.

La historia demuestra que en Brasil algunos impeachment tienen éxito, a diferencia de EE UU. Dos de los cinco presidentes elegidos en las urnas desde la restauración de la democracia, en 1985, fueron destituidos en un juicio político. Si el ultraderechista siguiera sus pasos, su actual vicepresidente, el general Hamilton Mourão, ostentaría el cargo hasta las próximas presidenciales de 2022.

Incluso para una ciudadanía acostumbrada a los excesos de Bolsonaro, Manaos es un punto y aparte. La noticia de que el Gobierno fue avisado con días de antelación de que escaseaba el oxígeno en Manaos y no hizo nada ha sido una conmoción, no solo para quienes desde los primeros contagios critican que priorizara la economía y saboteara las cuarentenas. La crisis del oxígeno en la capital amazónica, con al menos 50 muertes sospechosas, ha coincidido con el arranque de la vacunación, lastrado por la falta de dosis y los fiascos de la diplomacia para conseguirlas a tiempo.

Ese cóctel se ha traducido en una nueva ola de peticiones de impeachment que el presidente de la Cámara de los Diputados, Rodrigo Maia, ha advertido de que no pretende tramitar. A Maia, de centroderecha, le queda menos de una semana en el cargo porque las presidencias de las dos Cámaras del Congreso se renuevan el lunes próximo. Los presidentes actuales y los candidatos a sucederles no vislumbran un clamor popular ni el apoyo parlamentario suficiente para someter el asunto a sus señorías en este momento.

El rechazo a la gestión de Bolsonaro ha aumentado en el último mes, coincidiendo con el agravamiento de la epidemia y con el fin de las ayudas directas a un tercio de la ciudadanía que devolverá a millones a la pobreza. El incremento del descontento es de ocho puntos hasta el 40% o el 60%, dependiendo de las encuestas. Su popularidad merma, pero aún es muy considerable. Un tercio de los brasileños alaba la gestión del presidente.

El Partido de los Trabajadores de Lula da Silva y el PSOL, que le disputa el liderazgo de la izquierda, sacaron a los suyos a la calle contra Bolsonaro el sábado pasado. Eran caravanas de coches, acorde con los usos de la era coronavirus. Pero la novedad es que el domingo varios de los movimientos más activos en la destitución en 2016 de Dilma Rousseff circularon contra Bolsonaro, al que respaldaban hasta hace bien poco. Algunos analistas vislumbran un punto de inflexión. El columnista Helio Schwartsman escribe en Folha de S.Paulo este martes que los próximos días veremos si “el cambio de humor ha venido para quedarse (…) En cualquier caso, es un error creer que el apoyo volátil del centrão (partidos sin ideología que intercambian apoyo parlamentario por cargos) es una protección suficiente contra un giro genuino en la opinión pública”.

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