Por: Ramón Antonio Veras.
“Si todos los abogados y los intelectuales del país tuvieran sanas conciencias para escribir buenas opiniones que, permitan educar a la sociedad dominicana, caminos de futuros prometedores, tendríamos en los tiempos por venir”, Periodista Polón Vásquez.
Lo difícil que es conocer al ser humano. El ser humano que se limita a permanecer en un medio social, compartiendo sin preocuparse por adentrarse en la forma de proceder de sus semejantes, de seguro que no llegará a conocerlos.
Para percatarnos de quién esa esa persona con la que compartimos, se hace necesario actuar con sumo cuidado, extrema minuciosidad, no dejar nada a la superficialidad.
Para descubrir la calidad humana de un hombre o de una mujer, no basta con tomar en cuenta los movimientos expresivos de su cara, ademanes y articulación de las palabras, sino cómo ejecuta, lo espontaneo de su accionar.
La sinceridad se descubre con la sencillez. Pero ocurre que las personas actúan, no solamente partiendo de lo que es su naturalidad, sino también por la influencia del entorno donde está conviviendo con otros entes sociales.
En las sociedades humanas integradas por distintos segmentos que forman parte de clases sociales, cada una de ellas tiene una forma opuesta de comportarse porque, aunque cohabiten, asimilan de distintas formas los vicios sociales.
La diversidad de personas, arrastrando cada una de ellas taras sociales, hace difícil la compenetración. El entendimiento no es posible entre quienes sostienen desavenencias fruto de prejuicios clasistas, porque las ideas preconcebidas impiden los razonamientos sensatos.
Nuestro país es el ejemplo vivo donde conviven, en un mismo espacio físico, comunitarios con sentimientos y forma de proceder distintos, por lo que, por más cuidadosamente que estudiemos su comportamiento, nunca llegamos a conocerlos.
Las dominicanas y los dominicanos, sin darnos cuenta, nos estamos moviendo en círculos sociales dominados por individuos que con los mismos gestos practican simultáneamente la simulación y la autenticidad.
Están sincronizados en una sola persona, el bueno y el perverso, lo mismo que el genuino y el ilegítimo.
Por más que nos esforcemos para alternar sanamente con mujeres y hombres de aparentes sentimientos puros, de un momento a otro comprobamos que nos estamos tratando con viciados que han sido dañados por el medio donde vivimos, que echa a perder al más virtuoso, convirtiéndolo en un encanallado.
Es algo muy complicado preservar sinceras relaciones con aquellos que han asimilado la hipocresía en su más alto grado de perversión.
A la persona pura se le hace imposible departir con quién está hecho para el desenfreno y la más completa depravación.
Legítimas aspiraciones a compartir con personas buenas. Es normal aspirar a mantener relaciones de amistad con personas que en su forma de ser sean constantes; actúen con fidelidad, y en su trato demuestren ser fieles, sin variar en lo que dicen y hacen.
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Ha desaparecido la coherencia en los vínculos que entrañan compañerismo. Lo que está de por medio es la incongruencia, porque se ha elevado la simulación sobre la autenticidad, ya no existe conexidad entre quien busca cultivar afectos y aquel que cree en la falsedad.
No hay sintonía entre la persona que se interesa por demostrar franqueza en la querencia hacia el amigo, y aquella que en el fondo de su alma busca malquistar y estropear la armonía, para que impere la antipatía y todo lo que represente tirria.
El ordenamiento social dominicano genera deformación en los sentimientos, lo que provoca el mal proceder, la actitud nociva, el trato grosero, torpe y todo aquello que resulta perjudicial en la buena comunicación y el trato afable.
La realidad dominicana nos está enseñando la parte fea de una sociedad humana insociable; poco amable y nada a cogedora.
Ella es la que motiva en los nuestros el mal carácter, nos lleva a estar de mal genio y con cara de pocos amigos.
Por más que nos preocupamos para portarnos amables, de todas formas nos sale lo agrio, áspero y seco. En nosotros está sobresaliendo lo hosco; esa expresión que impone lo adusto y muy ceñudo.
Ha desaparecido el sentir que motiva a estar con el amigo dulce que nos trae alegría. Se nota que lo que a cada momento se busca es sacar de quicio a quien procura estemos bien orientados, ser amorosos para con los demás; transmitir entusiasmo, sano humor, tranquilidad y aliento espiritual.
Aquellos que se interesan por hacer sentir mal al prójimo, son los mismos que con sus actuaciones nos mantienen siempre motivados para aniquilarnos anímicamente en interés de convertirnos en residuos y despojos humanos.
Por ser duros de corazón, a los malvados no les importa que los demás se sientan ser nada o poca cosa. Es una necesidad renovar el ordenamiento económico y social vigente.
El momento impone a los hombres y mujeres de bien, crear las condiciones materiales y espirituales para hacer posible una existencia llevadera en un ambiente de grata convivencia, en el que prime la coexistencia fraterna.
La vida se hace llevadera cuando los seres humanos demuestran sincera cooperación, y están en disposición de unir sanas voluntades a los fines de, mediante la participación colectiva, construir una sociedad para la unión en busca de la felicidad material y espiritual.
Un ambiente acogedor es posible, si se pone por delante un concierto de voluntades, con el fin de construir un ordenamiento, político, económico y social nuevo basado en la igualdad de oportunidades para todos los integrantes de la sociedad.
La transformación, el cambio verdadero solo es posible cuando es impulsado por las fuerzas motrices que representan el porvenir y, por vía de consecuencia, están llamadas a romper con todo lo que significa el atraso, el pasado de opresión social y material.
Un ser humano nuevo llega cuando se levanta formado en un sistema social que genera nobles sentimientos, porque no está presente el individualismo y predomina el colectivismo, lo de la comunidad sobre lo particular.
Santiago de los Caballeros, 31 de mayo de 2021.