El primer viaje al exterior de todo presidente es una ocasión importante, porque marca el lanzamiento de las prioridades del nuevo gobierno en el manejo de las relaciones internacionales y de él se sacan lecturas sobre cómo entiende la Casa Blanca el papel de Estados Unidos en el mundo.
Este primer periplo internacional que empieza Joe Biden el miércoles indica la importancia que le da a la reconstrucción de las relaciones con los socios de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, duramente afectadas por el descalabro que significó el gobierno del presidente Donald Trump.
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Biden llegará a Reino Unido, donde se reunirá con el primer ministro Boris Johnson, la reina Isabel II y participará en la Cumbre del G7 con un mensaje de “EEUU está de vuelta” con el que quiere dejar claro que las prioridades internacionales de Washington vuelven a estar en el cultivo de las relaciones con los aliados occidentales y el enfrentamiento con potencias hostiles, como China o Rusia.
Al final de su gira, Biden se reunirá con el presidente ruso Vladimir Putin, en un encuentro del que, aunque no se espera que salgan grandes resultados ni reacomodos en la relación, estará pleno de temas tensos: desde las acciones de hackers rusos contra empresas estadounidenses, las interferencias electorales que denuncia la inteligencia de EEUU, la continua hostilidad de Moscú hacia Ucrania o su apoyo a gobiernos totalitarios como el de Bielorrusia.
En Europa Biden será recibido con cierto alivio por el bálsamo que significa para las relaciones transatlánticas tras los choques con Trump, quien puso en cuestionamiento desde el financiamiento hasta la razón de existir de la OTAN, expresó unas (para muchos) incomprensibles simpatías hacia Putin y desató una política de sanciones comerciales contra países que se suponían cercanos a Washington.
“En este momento de incertezas globales, mientras el mundo todavía lidia con una pandemia única en un siglo, este viaje es para reafirmar el renovado compromiso de EEUU con nuestros aliados y socios, y demostrar la capacidad de las democracias de enfrentarse a los desafíos y detener las amenazas de esta nueva era”, explicó Biden en un artículo publicado el fin de semana en The Washington Post.
Pero la sola presencia de Biden no será suficiente para reparar esas relaciones. El mandatario estadounidense se encontrará con escepticismo en las capitales europeas, todavía sacudidas por el giro inesperado que dio Trump a una relación de décadas, que se consideraba sentada en bases sólidamente bipartidistas dentro de EEUU y con un nivel de política de Estado que trascendía a quién ocupara la Casa Blanca.
Además, el prestigio mismo de EEUU como país líder en el escenario global está muy deteriorado, en buena medida por el manejo que se hizo de la crisis de la pandemia del coronavirus durante el gobierno de Trump, cuya erosión del enfoque científico para atacar el problema dejó rezagado al país en el combate de la enfermedad. (En febrero, un reporte comisionado por la revista médica The Lancet concluyó que un 40% de las muertes por la enfermedad eran evitables).
Una reciente encuesta del Fondo Marshall Alemán de EEUU, un organismo que estudia las relaciones transatlánticas, encontró que la visión y la confianza de los europeos hacia Washington no se han recuperado con la salida de Trump.