Por: Ramón Antonio Veras
Introducción No sé a otro, pero a mí me hace sentir mal, me da asco y pena ver el proceder de muchos de mis coterráneos, haciendo el ambiente nacional borrascoso, sumamente tormentoso, nada tranquilo ni sereno.
Me creo estar en un lugar que motiva grima, genera inquietud y llena de espanto. Lo que observo en muchas personas es una actitud ceñuda, áspera, nada sociable.
Cada quien trata de portarse lo más intratable posible. El simpático ha cambiado para desabrido. Los antisociales que genera el sistema están en su momento. Aunque usted no lo crea, la mediocridad y el odio están de pláceme, disfrutando lo que le causa sensación agradable y plena deleitación; contentura de ánimo e inacabable felicidad.
Los individuos de poca o ninguna buena cualidad, se sienten altamente motivados por aquello que les impulsa a sobresalir como vulgares, muy medianos y nada destacados.
El mediocre nunca puede alcanzar la excelencia, porque solo da para ser insignificante. No se sorprenda si aquellos que aquí están formados en la inquina, se sienten hoy divertidos, de buen humor, porque cuando están triunfando los rencores, el que está diseñado para aborrecer permanece risueño.
Si, ese que vive lleno de animadversión, le motiva alegría ver a otro en situación de desgracia, desventura y mucho infortunio. El desgraciado se muestra eufórico cuantas veces hacen acto de presencia los inconvenientes y los malos resultados.
Ante la tristeza que acompaña a la familia de quien está afligido, están felices los que se animan con la angustia, el abatimiento y el desconsuelo. El desalmado está en su mejor momento cuando lo nefasto toca puertas a diestra y siniestra.
Cuantas veces alguien es objeto de odio, se regocijan aquellos que aplauden al insultar, vejar y de cualquier forma afrentar. El injurioso se siente venturado en los momentos propicios para vejar y hacer sentir abatidos a sus semejantes.
Lamentablemente, el ambiente de hoy es el ideal para hacer sentir mal. Estamos en un espacio de tiempo adecuado para quien se deleita dañando, lacerando a sus adversarios, sin importar la forma. Lo que está a la orden del día es lesionar, mortificar aunque sea con insinuaciones.
El malvado se encuentra de risita mientras más daño hace a otro. Lo que está en la mente del bellaco es hacer ver al más noble como una lacra, digno de lástima, una cosa penosa, una calamidad humana.
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Hacer incomodar a quien se mantiene espiritualmente tranquilo, es un pasatiempo, un agradable recreo para las personas miserables, cargadas de amarguras y prejuicios, que no soportan ver a otros, solaz, reposados y muy distraídos.
Lo que se advierte en nuestro medio es que un amplio segmento de la sociedad dominicana, está interesado en llevar al estado de ánimo de sus connacionales un modo de pensar que descanse en la tristeza, la consternación y otras tantas formas de generar contrariedad, tirantez y distanciamiento.
Debemos de cambiar el ambiente desagradable, por otro acogedor. La sociedad dominicana de hoy, preñada de vicios sociales y degradada en lo ético y moral, demuestra ser la adecuada para alojar en su seno a seres humanos prestos para causar hostilidad y cuantos actos sirvan para indisponer y motivar odio.
Todo parece indicar que han calado hasta lo más profundo las taras que ensucien la mente y endurecen los corazones. Está a flor de labios maldecir y estropear conductas; activar el proceder chismoso, áspero y de amargado, así como lanzar al atolladero lo que está limpio.
Lo que se ve en nuestro medio social, es a amplios sectores con un lenguaje ácido, muy avinagrado, que sale de gargantas de personas que se mantienen amargadas y listas para, con expresiones retorcidas, herir a lo noble y recto que todavía queda entre nosotros y no está contaminado.
Sin mucho esfuerzo comprobamos que aquí está muy activo el individuo que solo sirve para demostrar que es excelente como azaroso; de vínculos perversos; de arriesgada conversación y que aturde escucharle, porque sus expresiones traen malos presagios, propios de quienes existen para dar señales de funestos presentimientos.
Con todo pesar hay que admitir que el ordenamiento social dominicano, genera grupos humanos adecuados para llevar desasosiego, angustia y agobio a quienes bien necesitan calma, mucha tranquilidad, consuelo y alivio para reconfortarse.
La realidad está diciendo que no debemos continuar viviendo como hasta ahora en lo que se refiere al proceder de desamor que prima en el medio social dominicano. Más que una comunidad humana, lo que observamos es un nido de víboras, una cueva de cacatas.
Hay que sacar del ambiente ese lenguaje dañino, esos comentarios apoyados en el vituperio y la reprobación gratuita; dejarse de estar calentando orejas con críticas infundadas; no propiciar los rapapolvos para motivar broncas; sacar de la prensa los reproches para justificar agravios.
No es sano mover la lengua con el fin de deshonrar a familias dignas y honradas. Desmeritar y estigmatizar para manchar conductas limpias, es de gente de obrar perverso y rastrero.
A nada bueno ni bonito conduce andar por esas calles de Dios, haciendo uso irresponsable de las redes sociales, demostrando inquina, aversión y toda clase de repulsión contra personas correctas. Si tú no puedes, o no quieres demostrar aprecio, lo mejor que haces es guardar silencio, en lugar de fastidiar en forma alegre.
No es de política decente, ni motiva lucha social para transformar la sociedad, utilizar el odio, el chisme y la injuria, contra los adversarios políticos o ideológicos. Los enfrentamientos personales conducen a los litigios estériles, que nada tienen que ver con los cambios que necesita y merece el pueblo dominicano.