Por Raúl Mejía Santos
Desde que asumió la presidencia de República Dominicana, Luis Abinader impulsa un estilo de gobierno marcado por la transparencia y pulcritud en sus ejecutorias públicas. Manejar un país con grandes retos, especialmente en tiempo de pandemia mundial, debe ser una tarea muy complicada.
Impresiona su discurso y la visión de país que nos comparte cada vez que precisa ante cámaras algunas expresiones improvisadas fuera de libreto. Luis a propósito se proyecta como un mortal más de la vida, que siente y padece las necesidades de su gente; capaz de arrastrar su propia maleta de mano en un aeropuerto y ocupar asiento económico en vuelo comercial. Ese es Luis.
Los mensajes llegan, como aquel a principio de su mandato de colgar fotos de seres queridos o imágenes de los padres fundadores de la república en los despachos de funcionarios públicos, en vez de su foto como suele hacerse en cada gobierno de turno.
Es un presidente diferente, humano, empático y sobre todo honesto. Incluso ha impuesto moda en un país caribeño donde el sol tuesta a mediodía: era justo y necesario librarse de la acostumbrada corbata. ¡Volvió la chacabana, el mismísimo presidente la puso de moda! Los sastres que las confeccionan a la medida hicieron su agosto, conocemos un funcionario que mandó hacer 20 antes de juramentar.
“Yo no intervengo en asuntos de la justicia”
“Tengo muchos amigos, pero no tengo cómplices”
“Se acabaron las vacas sagradas”
“El que la hace la paga”
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“Aquí no se habla de reelección”
“Ocho años es mucho tiempo, la constitución no se toca”
Esas expresiones figuran en una lista de la autoría del excelentísimo señor presidente, cuando la prensa le plantea temas de interés público a propósito de los casos anticorrupción y crimen organizado encausados por el Ministerio Público, o el obligado tema de la reelección.
No acostumbramos escucharlas, al contrario. Los presidentes dominicanos se comportan como seres todopoderosos, llenos de soberbia, embriagados de poder, dispuestos a alterar el destino del país por capricho y conveniencia política. Casi todos han sido atrevidos.
A veces no imaginamos lo que son capaces de hacer con tal de salirse con la suya, incluso violentar su juramento. Algunos proyectan humildad, pero solo conectan con su pueblo cada cuatro años en tiempos de campaña electoral o simplemente cuando conviene.
La pregunta obligada es qué pasará cuando el presidente Luis Abinader abandone el poder y cumpla su mandato. ¿Quién tomará la antorcha e impulsará sus propuestas? Veremos si las reformas estructurales que propone el actual mandatario logran concretarse, especialmente las concernientes a la justicia y la independencia de criterio jurídico que debe imperar en la Procuraduría General.
Divorciar la justicia, el Ministerio Público y la lucha anticorrupción de los intereses político partidistas es una necesidad nacional. O por ejemplo abatir los avances del crimen organizado en materia de narcotráfico, especialmente en el escenario de financiamiento político partidista, con candidatos simpáticos y obedientes a estructuras mafiosas, nos debe preocupar.
Luis es harina de otro costal, está consciente de los retos que enfrentamos como nación y las prioridades de nuestra gente. El sabe que cambiar la cultura política de los dominicanos será su mayor legado. Institucionalizar el país es el cambio que prometió.
Está en nosotros seguir el rumbo y nunca permitir que los pocos dominicanos de mala voluntad triunfen. ¡Adelante señor presidente!