Una nueva etapa comienza para Hillary Clinton, la primera mujer en ser la nominada de gran partido a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Tras las victorias en la última jornada de elecciones primarias, el martes, es la candidata del Partido Demócrata. La primera misión: unir al partido y atraer a los votantes de su rival, el senador Bernie Sanders. En las próximas semanas nombrará a un candidato a la vicepresidencia.
La exsecretaria de Estado ha sumado esta semana los delegados necesarios para la nominación demócrata a las presidenciales del 8 de noviembre. Se enfrentará a Donald Trump, un magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad que, con un mensaje xenófobo y proteccionista, logró hace un mes, contra pronóstico, la nominación del Partido Republicano.
La victoria de Clinton ante Sanders en California, el estado más poblado y uno de los más progresistas, es el colofón a una campaña de más de un año y un proceso de primarias y caucus (asambleas electivas). El proceso arrancó el pasado febrero en las llanuras heladas de Iowa y acabará definitivamente el martes próximo con unas primarias testimoniales de la capital, Washington.
Habrá poco tiempo de digerir el hito que supone la nominación de una mujer a la Casa Blanca. Es la primera vez que ocurre, para los partidos demócrata o republicano, después de 56 elecciones presidenciales. Cuando países como Israel, Liberia, Pakistán, Brasil, Reino Unido, Chile, Alemania y otros han tenido jefas de estado y de gobierno, EE UU ha tenido, entre los 44 presidentes, un católico y un negro, pero nunca una mujer.
“La victoria de esta noche”, dijo el martes Clinton en Nueva York, “no pertenece a una sola persona. Pertenece a generaciones de mujeres y hombres que han luchado y se han sacrificado para hacer posible este momento”.
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Elegida senadora por Nueva York en 2000, Clinton intentó por primera vez en 2008 ser la candidata del Partido Demócrata a la Casa Blanca. Era la favorita, pero topó con Barack Obama, un senador afroamericano por Illinois que, propulsado por un entusiasmo popular y el descontento con el statu quo, la derrotó en la nominación demócrata y se convirtió en el primer presidente afroamericano del país del esclavismo y la segregación. Obama la nombró secretaria de Estado.
Hillary carece del carisma de Bill. Se le reprocha la falta de empatía, la dificultad para entusiasmar. “No soy un político natural, por si no lo había notado”, dice. Sus discursos suelen ser aburridos, al contrario que los de Trump, un showman capaz de hipnotizar a las audiencias con sus imprevisibles salidas de tono y exabruptos. Trump monopoliza horas y horas de televisión, mientras que Clinton ha sido hasta ahora una presencia secundaria.
En el año de los candidatos insurgentes como Trump o Sanders, a Clinton se le identifica con el denostado establishment, las élites políticas y económicas. Que haya logrado la nominación, y además con una ventaja de más de 3,5 millones de votos sobre Sanders, obliga a revisar las teorías sobre el rechazo de los estadounidenses al establishment. No todo el país comparte la frustración de la parte del electorado que ha votado a Trump y a Sanders. Una parte cree que, para resolver los intratables problemas de desigualdad o discriminación, el reformismo de Clinton —los pequeños avances y los acuerdos tejidos con tenacidad y persuasión— es más efectivo que las proclamas apocalípticas de Trump o la promesa revolucionaria de Sanders.
Ocho años después de que que EE UU eligiese a su primer presidente negro, y el mismo año que los demócratas eligen a la primera mujer, los republicanos presentan a un candidato, Trump, criticado desde las propias filas republicanas por sus declaraciones racistas y misóginas.
Clinton cuenta con una amplia coalición de afroamericanos, hispanos y mujeres, pero necesitará ampliarla para sumar a su proyecto a los sanderistas de izquierdas y a los votantes moderados de centro. Quizá incluso a algunos republicanos espantados por la posibilidad de ver a Trump en la Casa Blanca.