Varias filas de cientos de personas ocupan parte de las aceras de la avenida sexta, en el centro de Cúcuta. Cargan con tantas bolsas como fuerzas les quedan. Son parte de los más de 35.000 venezolanos que el domingo han cruzado la frontera entre Venezuela y Colombia hasta esta ciudad en el noreste del país. Han comprado productos de primera necesidad: papel higiénico, aceite, azúcar, harina pan, café, leche… Y se han dejado el equivalente a dos salarios mínimos en su país (15.000 bolívares mensuales, unos 15 dólares en la tasa del mercado negro). Ni el esfuerzo ni la factura les pesan. No saben cuándo podrán volver a pasar y llevan esperando este día casi un año, cuando el presidente venezolano, Nicolás Maduro, decretó el estado de excepción y cerró su lado de la frontera.
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En la fila, esperando el transporte que les lleve de regreso a Venezuela, un grupo de mujeres de distintas edades y condición social (han preferido no decir su nombre) abren las bolsas de la compra. “He gastado unos 50.000 pesos (17 dólares), en San Cristóbal [a unos 30 kilómetros] ya no encuentro toallitas higiénicas [compresas] ni medicamentos para el dolor de cabeza”, explica. La harina pan la han conseguido a 3.000 pesos (menos de un dólar), en el mercado negro, el del bachaqueo, les cuesta entre 2.000 y 2.500 bolívares (unos 2,5 dólares). “Si mañana vuelven a abrir, vendré, no me importa gastar todo mi dinero, en Venezuela no queda nada”, cuenta otra.
Llega el bus, la policía les acompaña para evitar cualquier problema desde que entraron a Colombia. “Un operativo de 1.000 hombres ha velado porque el tránsito haya sido tranquilo”, explica Gustavo Moreno, director de la policía fiscal aduanera. “No se ha producido ningún incidente”. Antes de subirse, algunos gritan. “¡Gracias, Colombia!, ¡viva Colombia!”. Hacía mucho tiempo que no veían tanta comida junta en una tienda, cuentan, algunos han recorrido hasta 13 horas para conseguirlos, como Efraín López, llegado del estado de Falcón. En la fila hay tantas ciudades de origen como personas.
Cuando llegan a La Parada, el barrio que linda con el puente Simón Bolívar, algunos aprovechan para hacer las últimas compras. La rutina de los comerciantes, las casetas de cambio de divisas y de los carretilleros que ayudan a transportar bultos de un lado a otro de la frontera se paró hace menos de un año con el cierre. Durante la última semana han recuperado, en parte, su ritmo diario. “Todo empezó cuando abrió la trocha”, explica una de las cajeras del almacén El Triunfo mientras atiende a un ritmo desenfrenado a los clientes venezolanos. Se refiere a uno de los caminos ilegales para cruzar, a pocos kilómetros, a un precio de unos 60.000 pesos (algo más de 20 dólares), dependiendo del día. Su tienda está a rebosar: “Hemos hecho el doble de venta”. En el suelo, al lado de la caja, en una bolsa de papel va acumulando los bolívares. “Cobramos con un recargo del 0,25”, precisa.
A las ocho de la noche, dos horas después del primer cierre anunciado, el puente Simón Bolívar recoge a los últimos venezolanos. En el primer control, el colombiano, se encuentran con policías, militares, migración y agentes de la DIAN (el organismo de Hacienda) que comprueban que no lleven otra cosa en las bolsas que no sean víveres. Unos metros más adelante, la guardia bolivariana vigila, pero no solicita ningún tipo de documentación. “La mayoría ha regresado”, asegura Víctor Bautista, asesor en asuntos fronterizos de la Cancillería de Colombia. “Las mesas de trabajo entre ambos países continúan y de hoy en 20 días los cancilleres se reunirán”. De lo que suceda el lunes solo tienen un dato: se mantienen los corredores humanitarios para escolares y enfermos que funcionan desde el pasado agosto. Los venezolanos albergan la esperanza de que se vuelva a abrir la frontera. Aunque nadie sabe con certeza cómo amanecerá el Gobierno de Maduro.