El Partido Republicano se dispone a coronar esta semana a su candidato más inesperado, el millonario y showman Donald Trump, en medio del desconcierto y la fractura. Trump llega como aspirante único a la convención comienza este lunes en Cleveland, en el estado de Ohio, y con todos los votos que necesita para erigirse en el aspirante conservador a la Casa Blanca, pero ha dejado heridas en el partido. Grandes figuras de la formación han dado la espalda a la cita y un grupo de delegados rebeldes ha tratado de cambiar la normativa para boicotear la nominación hasta el último instante.
Cleveland se ha convertido en un fortín, especialmente la zona que acoge el estadio Quicken Loans, donde normalmente juega la estrella de baloncesto LeBron James y donde casi 2.500 delegados votarán hasta este jueves la nominación de Trump, el hombre que ha hecho visible la distancia entre el establishment republicano y su base de votantes, el tipo que ha demostrado que se puede ganar unas primarias azuzando sentimientos racistas. El fenómeno Trump, que nadie anticipó, bebe del enfado con las élites, aunque el elegido, para mayor turbación, no sea sino un millonario de Manhattan hijo de un rico constructor.
En la calle tienen que convivir estos días los partidarios de Trump con esos que intentan todo tipo de protestas o rebeliones para evitarle. En 1831, el partido antimasónico de Estados Unidos consagró como candidato en su convención de Baltimore a un tipo que había sido precisamente masón. Es algo así lo que sienten muchos republicanos. Trump ha vapuleado sus grandes principios: ha agitado el mensaje proteccionista, se inclina por el aislacionismo en política exterior y defiende el gasto en algunos beneficios sociales. Tampoco es precisamente un progresista camuflado: es muy duro con la inmigración, ha pasado de defender el derecho al aborto a castigo para las mujeres y habla con entusiasmo de la tortura por ahogamiento.
No hay manuales de política con Trump, sí la sensación de vacío ideológico. En palabras del escritor Mark Singer, autor de El show de Trump. El perfil de un vendedor de humo (Debate, 2016), “no tiene filosofía, no hay nada, él solo reacciona, reacciona a lo que digan las encuestas”.
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Cuando se buscan comparaciones, los analistas viajan a 1964, cuando la convención de California confirmó como candidato a un derechista radical, Barry Goldwater, para disgusto de buena parte de la dirección del partido y en un duro enfrentamiento abierto con su rival, Nelson Rockefeller, más moderado. No se prevé algo así esta vez, Trump es el único candidato y sus mayores críticos han preferido no dejarse caer por Cleveland.
Serán llamativas las ausencias de los Bush, de los senadores Mitt Romney y John McCain o Marco Rubio, senador por Florida, que compitió en las primarias y al que Trump llamó despectivamente “pequeño Marco”. Aunque sí hablarán otros como el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, que también aspiró a la candidatura, o el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan. Algunas empresas, como Apple, han declinado dar el apoyo a la convención, como venían haciendo habitualmente.
“Aún tiene mucho trabajo por delante en el frente de la unidad, para tener una oportunidad de ganar las elecciones necesita el respaldo del 90% de los republicanos y en las últimas encuestas solo contaba con el 75% u 80%. Mitt Romney logró el 93% de estos en 2012 y aun así perdió por cinco millones de votos”, advierte Geoffrey Skelley, de la Universidad de Virginia.
La convención de 2012 se recuerda sin pena ni gloria, para muchos lo más imborrable fue con aquella peculiar intervención de Clint Eastwood hablándole a una silla vacía que representaba a Obama. Este año, no hay mayor showman que el propio candidato. Y las sillas vacías, esta vez, son de republicanos.