Por Raúl Mejía Santos
Conocer la historia de Estados Unidos es entender que el sistema político norteamericano fue confeccionado por los padres fundadores a semejanza de la incipiente sociedad, que apenas poco tiempo atrás había sido parte integral del imperio británico, el más poderoso de la época. Fue en aquel momento un reflejo de la gama social burguesa y mercantil que siempre sintió lealtad por la corona inglesa, aunque ubicaban miles de millas náuticas de Londres.
La guerra Franco-India de 1756 y las políticas arancelarias impuestas por el Parlamento Inglés fueron el detonante que motivó a los colonos, particularmente a los habitantes de la ciudad portuaria de Boston, a buscar alternativas políticas al sistema que había prevalecido desde la llegada del primer grupo de exiliados religiosos provenientes del viejo continente, a principios del siglo XVII.
La familia Adams se convirtió en protagonista de todo ese proceso histórico. Tanto Samuel y John, primos paternos, fundaron el primer grupo de resistencia contra la autoridad británica conocido como “Los Hijos de la Libertad”. Al principio retaban a las tropas apostadas en la ciudad para proteger oficiales recolectores de arbitrios del reino, lanzando piedras y gritando improperios sin contemplación alguna.
La gente los veía como un grupo de callejeros, indolentes, violentos e incitadores comunes y corriente. Todo cambió a partir de 1765 con la imposición de la afamada Ley del Timbre, un arbitrio abarcador impuesto por el gobierno inglés para subsanar la deuda por concepto de guerra.
Fueron ganando adeptos, incluso el comerciante bostoniano John Hancock, uno de los hombres más prominentes de las 13 colonias inglesas de Norteamérica, les financió sus actividades clandestinas cuando sus intereses mercantiles se vieron afectados por la prohibición del contrabando y la aplicación de una exagerada política arancelaria. Por vez primera los ideales de un pequeño grupo de patriotas resultaron paralelos a la clase criolla burguesa, que podía eventualmente financiarles una costosísima revuelta armada en busca de algún grado de autonomía política.
A principios de 1770 se da la Masacre de Boston, el primer incidente armado entre civiles y las tropas británicas. Aunque no se ha precisado de dónde provino el primer disparo, el saldo para la historia fue de cinco civiles muertos, siendo el primero en caer abatido un mulato llamado Crispus Attucks.
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Como todo esclavo fugitivo de su época, Attucks carecía de una formación académica y de buena posición social, pero resultó audaz ocultando su verdadera identidad hasta el día de su muerte. Lo que si precisan los historiadores es que fue la primera víctima en el proceso que fundó la república, el primero en ofrendar su vida. A partir de ese momento no había marcha atrás, la idea de independizar las viejas colonias inglesas seguía cuajándose.
La mercadotecnia de los Comités de Correspondencia, organizados por grupos de patriotas en varias colonias al cabo de los acontecimientos en Boston, resultó ser muy útil para propagar el ideal independentista. Estos enviaban cartas clandestinas a ciudades claves como Filadelfia, Nueva York, Charleston y Baltimore.
En ellas denunciaban, o exageraban más bien, los atropellos y abusos de las tropas británicas, quienes estaban al mando de unos de los militares más condecorados del ejército inglés, el General Thomas Gage. La muerte de Crispus Attucks sirvió de primicia.
La historia de Attucks se ha reivindicado, hoy no lo perciben como un cimarrón cualquiera.
Lo ven como un patriota, el primer mártir de la libertad. Aquel que recibió el llamado patriota y no tuvo reparos en responder con valentía y honor. Su gesta quedó en los anales de historia de ese país.