Donald Trump pisó la tierra que más ha ofendido. En una visita relámpago a México, el vociferante candidato republicano, que durante meses ha humillado a los mexicanos, se entrevistó con el presidente Enrique Peña Nieto y volvió a demostrar su capacidad para apropiarse del escenario. Tras una hora de conversación, no pidió perdón por sus insultos, dejó de lado los asuntos más espinosos y, jugando al hombre de Estado, se ofreció a inaugurar un “diálogo constructivo” con el país que ha pisoteado. El golpe de efecto del magnate, inmerso en el último tramo de su campaña electoral, tendrá una difícil digestión en México, donde, sin disculpas públicas, muchos consideraban un fracaso la reunión.
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“Tengo gran afecto por México, compartimos intereses comunes, pero quiero que la gente de Estados Unidos esté protegida”, afirmó. En sus palabras, se advirtió el esfuerzo por dulcificar su imagen y eliminar las aristas. “Un México próspero es el mayor interés para Estados Unidos”, señaló. Pero en ningún momento se retractó por haber llamado violadores y asesinos a los inmigrantes, ni por querer obligar a su vecino del sur a pagar un gigantesco muro. “Hablamos del muro, pero no de quien va a pagarlo”, llegó a decir, [en una alusión que Peña Nieto contestó más tarde por Twitter: “Al inicio de la conversación con Donald Trump dejé claro que México no pagará por el muro”]. Es más, en el espinoso asunto fronterizo, reclamó el derecho “de cualquier nación” a construir un muro físico y simplemente ofreció aumentar la colaboración en inteligencia. Más dúctil se mostró al tratar otros demonios, como el denostado tratado de libre comercio o la defensa de la industria manufacturera. En estos puntos, como si ya fuera presidente, se abrió a una colaboración “hemisférica” y ofreció una mirada de futuro.