Por Raul Mejia Santos
Bolívar, Santander, San Martín y el Padre Hidalgo fueron quienes le dan inicio a los procesos armados por todo lo ancho del imperio español de ultramar y trajeron a nuestra tierra los ideales libertarios promovidos desde el viejo continente.
Las islas Antillanas hispanoparlante no fueron la excepción. A mediados de siglo, Duarte en Dominicana y Martí en Cuba lideraron procesos contra España para lograr su emancipación política de la vieja metrópoli.
La férrea resistencia de sectores conservadores apegados a intereses mercantiles y políticos españoles no fue suficiente para que eventualmente llegara la independencia.
Puerto Rico tuvo sus intentos similares con el Grito de Lares de 1868. Ramón Emeterio Betances, médico de profesión y patriota por convicción, orquestó la fallida intentona por independizar la isla del encanto.
Aunque el gobierno español sofocó el esfuerzo independentista y poco tiempo después se produjo el cambio de soberanía con la Guerra Hispanoamericana de 1898, los ánimos de emancipar la isla, esta vez de los invasores norteamericanos, nunca se apagaron.
Con Pedro Albizu Campos el ideal continuó vivo. De extracto social humilde, hijo ilegitimo de un hacendado y huérfano de madre, Don Pedro se interesó muy temprano por los estudios. A pesar de las múltiples necesidades en su entorno se destacó tanto que fue recipiente de una beca para estudiar en la Universidad de Vermont y luego fue a parar a la Universidad de Harvard, donde se licenció en derecho.
Logró las calificaciones más altas de su clase en la escuela elitista de Harvard y aunque le correspondía dar el discurso estudiantil de clausura en los actos graduandos, no se le reconoció ese privilegio por ser mulato. El discrimen racial de la época no le atormentó tanto como el yugo colonial que sufría su patria a manos de los invasores del norte.
Sin lugar a dudas estamos hablando de un hombre con una aptitud intelectual inmensurable. Con múltiples ofrecimientos de trabajo, incluso como Juez en el municipio de Yauco, cerca de su ciudad natal de Ponce, Don Pedro tomó una decisión que lo llevaría por el derrotero de los grandes libertadores de América: regresar y luchar por la independencia de Puerto Rico.
Sus discursos apasionados engendró la admiración de miles de sus compatriotas, veían en Don Pedro al líder natural de un Puerto Rico sumido en la opresión de los designios de Washington y el monocultivo azucarero de casas financieras norteamericanas, que aprovechaban el coloniaje para enriquecer sus arcas.
Don Pedro asumió la Presidencia del Partido Nacionalista, que luchaba por el independentismo puertorriqueño y tuvo aspiraciones al Senado, aunque luego entendió que desde las entrañas de la colonia no se podía luchar por el ideal que le apasionó.
Fue perseguido, encarcelado y carpeteado por el FBI y la policía insular, especialmente después de la huelga azucarera de 1934. El momento más álgido de sus actividades por lograr la independencia de su patria fue la revuelta nacionalista de octubre de 1950, donde se produjeron ataques simultáneos tanto en Puerto Rico y Washington D.C.
Las fuerzas militares norteamericanas fueron implacables, llegaron hasta el punto de bombardear a sus propios conciudadanos en los pueblos de Utuado y Jayuya, el foco de la revuelta nacionalista. Los infiltrados que el FBI había colocado en las filas del partido de Don Pedro marcaron el fracaso de dicho intento.
Don Pedro fue sentenciado a cadena perpetua y llevado al centro de tortura conocido como la cárcel “La Princesa” en el viejo San Juan. Allí el mártir de la libertad puertorriqueña fue objeto de experimentos médicos, incluyendo envenenamiento por radiación que le provocaban quemaduras por todo el cuerpo y fuertes dolores de cabeza que no le dejaban vivir en paz.
Tildado de loco por quienes le custodiaban, murió en 1965 en un hospital de San Juan. A la procesión fúnebre asistieron miles de puertorriqueños que lloraron su muerte y reconocieron la lucha incansable de un mártir más de la libertad antillana.
A pesar de que Puerto Rico sigue bajo los estragos del coloniaje norteamericano, Don Pedro quedó enmarcado en la gloria de los grandes libertadores de su época.
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