La batalla en las urnas entre Hillary Clinton y Donald Trump por la presidencia de Estados Unidos arrancó y el viento sopla a favor de la demócrata.
La votación final será el 8 de noviembre, pero en 37 de los 50 estados lleva días en marcha el voto presencial por adelantado y el voto por correo. Ya han votado cerca de 14 de los más de 46 millones de electores tempraneros que se esperan. Los datos reflejan más participación y tendencias positivas para los demócratas en territorios decisivos.
En Florida, estado de gran peso electoral, el voto por adelantado es por ahora un 50% más alto que en las presidenciales de 2012, con un 99% más entre los hispanos, un sector netamente inclinado a Clinton que puede suponer más de un quinto del voto en Florida. En Carolina del Norte, otro punto caliente, la participación crece un 30% y según estimación del New York Times Clinton iría seis puntos por delante, una ventaja local similar a la que le da la base de sondeos Real Clear Politics a nivel nacional.
Tanto Carolina del Norte como Florida forman parte de los trascendentales swing states o estados columpio (unas veces votan demócrata, otras republicano). Entre los dos suman 44 de los 270 votos electorales necesarios para ser presidente. En otros estados donde el pronóstico no es claro, como Nevada o Arizona, asoma también un panorama halagüeño para Clinton. En Nevada el caudal de votantes demócratas es diez puntos mayor que el de republicanos, con el número de votantes blancos a la baja y el de hispanos al alza, y en Arizona van a la par –un éxito para los demócratas, si se compara con los siete puntos que les llevaban los republicanos en 2012 a estas alturas–.
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La subida de votantes adelantados es notoria en otro estado sustancioso, Texas, el segundo en votos electorales (38) después de California (55; pro Clinton). En Texas no se dispone de información sobre cantidades de electores tempraneros por partido, pero el crecimiento de la masa de votantes es claro.
El condado de Dallas registró 58.000 votos el lunes, primer día de votación, en comparación con los 32.000 de 2012. “Hay un récord de más del 40% de participación” en los primeros días respecto a cuatro años atrás, afirma Steven Rayshell, candidato a supervisor del condado, a la puerta de la bibloteca de Garland, un centro de votación del este de Dallas del que salía este jueves una cola que se prolongaba serpenteando por la calle. El público era tan diverso como las grandes ciudades texanas: latinos, negros y blancos casi a partes iguales. El aparcamiento, lleno de coches. Una organizadora del lugar de votación veía el escenario “extremadamente activo”.
En este y otros puntos de Texas, tradicional feudo de los republicanos y patria chica del clan Bush, nunca se había visto filas tan largas a dos semanas de la votación final. La campaña de Clinton confía en que el factor latino catapulte su asalto a Texas. Los demócratas han puesto toda la carne en el asador para movilizar el voto por adelantado, sobre todo entre los jóvenes y las minorías.
El voto hispano es oro para Clinton. Sabedora de que la retórica xenófoba de Trump le pone de cara el voto de este sector, la minoría más populosa de Estados Unidos (56 de sus 324 millones de habitantes), atraerlo a las urnas lo antes posible significa para ella ir mordiendo una generosa porción de la tarta con vistas a darle la dentellada final al republicano el 8 de noviembre.