Los primeros días de Donald Trump como presidente electo han avivado el temor a un aumento de los ataques de odio en EE UU. Como candidato republicano, Trump lanzó guiños a grupos supremacistas blancos. Varias personalidades con vínculos xenófobos se han atribuido como propia la victoria del magnate. Y desde el martes se han registrado incidentes discriminatorios. Crecen las voces que reclaman a Trump que censure públicamente cualquier ofensa.
En Filadelfia, un escaparate fue pintado con “Sieg Heil 2016”, una proclama nazi, y el nombre de Trump al lado de una esvástica. En la Universidad de Nueva York, alguien escribió “Trump” en la puerta de una sala de culto para musulmanes. En una escuela de Minnesota, que acoge la mayor comunidad somalí del país, pintaron “Volved a África” al lado del lema electoral del republicano “Hacer grande a América de nuevo”. Ha habido otros casos similares en el país.
“Nuestra gente tuvo un papel enorme en la elección de Trump”, escribió en Twitter David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, que dijo que la victoria era uno de los momentos “más emocionantes” de su vida. En una entrevista con EL PAÍS hace un mes, Duke se jacto de ser un precursor de Trump se definió como la “figura más reconocida de la preservación de la gente blanca en el mundo”.
Durante la campaña, Trump alentó, implícita y explícitamente, las divisiones raciales y religiosas y denostó el lenguaje políticamente correcto. En el discurso en el que anunció su candidatura, en junio de 2015, llamó “violadores” a los inmigrantes indocumentados procedentes de México.
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Prometió deportar a los 11 millones de indocumentados que se calcula que hay en EE UU y prohibir, por motivos de seguridad, la entrada al país de extranjeros musulmanes. El pasado fin de semana justificó su veto a refugiados sirios bajo el argumento de que “importarán generaciones de terrorismo, extremismo y radicalismo” a las escuelas y comunidades estadounidenses.
origen hispano. Y equiparó las comunidades negras en los suburbios de grandes ciudades a zonas de guerra en Oriente Próximo. Tras la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en 2009, el multimillonario neoyorquino abanderó el movimiento que cuestionaba si el primer presidente negro de EE UU, cuyo segundo nombre es Hussein, había nacido en el país.
Al principio de su campaña, Trump evitó rechazar el apoyo de Duke, aunque sí lo hizo posteriormente; reenvió en Twitter mensajes de supremacistas blancos y puso como responsable de su campaña a Stephen Bannon, responsable de Breitbart News, una referencia mediática para la derecha radical. El presidente del Partido Nazi estadounidense dijo que una victoria de Trump sería “una oportunidad real” para los nacionalistas blancos.
Los ataques islamófobos llevan meses en auge en EE UU, en paralelo a la creciente amenaza yihadista y a la retórica agresiva de Trump. El Southern Poverty Law Center, la principal institución que monitorea los ataques de odio, advirtió el pasado abril, en un informe titulado El efecto Trump, de que la campaña estaba propiciando un “alarmante nivel de miedo y ansiedad entre niños de color” e “inflamando tensiones raciales y étnicas” en las escuelas. “Muchos estudiantes temen ser deportados”, señalaba.
Tras su victoria, Trump ha adoptado un tono más conciliador. En su primer discurso, prometió ser “el presidente de todos los estadounidenses” y pidió ayuda a los ciudadanos que no lo votaron para, dijo, “trabajar juntos y unificar nuestro gran país”. La incógnita es si se trata de una tregua temporal o definitiva en su dialéctica electoral incendiaria.