Por Raul Mejia Santos
Ver las expresiones de Marino Zapete en su programa de comentarios, o análisis noticioso, es un ejercicio que implica completa tolerancia ante la desfachatez de nuestra clase política y autocontrol por la gravedad de sus denuncias.
Es admirable como un dominicano en el desempeño del periodismo no se casa con el poder, ni con el dinero que le representaría asumir una línea editorial favoreciendo los círculos palaciegos del gobierno de Danilo Medina.
El periodismo en nuestro país es una ramera barata, una faena de lealtades simuladas al servicio del mejor postor. No se contempla la ética y moral que debe exhibir todo periodista en el ejercicio de sus funciones y son pocos los que asumen la profesión con verticalidad, de forma honrada y decorosa.
Sorprende cómo los medios de comunicación y de opinión pública, conscientes de la influencia sobre su audiencia, se abanderan con los sectores de poder político, eso con tal de recibir las dádivas que representa adular al mandatario de turno y servir de repetidoras del oficialismo.
No se puede ejercer un periodismo imparcial cuando figuras en la nómina del estado, tus palabras las comprometes a priori a cambio de prebendas o favores de quienes ostentan el poder. Ese es el caso de un centenar que llevan la noticia, pero carecen de la objetividad que requiere el buen ejercicio de la profesión. Simplemente no tienen credibilidad alguna.
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Sus palabras ilustran el deterioro institucional que vive la República Dominicana, donde se manipula la opinión pública a favor de sectores poderosos. Su ejemplo deben emularlo quienes ejercen ese importante oficio en el país.
No es secreto que nuestra historia fue manchada con sangre de excelentes figuras ejerciendo el periodismo y perdieron la vida formulando críticas a los gobiernos de turno. Los casos de Orlando Martínez y Gregorio García Castro, alias “Goyito”, aún permanecen en la memoria colectiva del pueblo dominicano.
Editorializar los abusos del régimen de Joaquín Balaguer durante sus doce años de mandato los llevó a la tumba, sin que sus verdugos intelectuales fueran a parar al banquillo de los acusados. Resulta valiente de su parte, tomando en cuenta que el fervor de sus expresiones lo hacen lucir beligerante y poco conciliador ante los escándalos que comenta.
Zapete se ha convertido en un Espartaco moderno, un gladiador que consistentemente defiende los buenos postulados, lucha anti-corrupción e impunidad que arropa la administración pública.
Ha ganado muchos adeptos, más en el exterior donde los alcances de la censura estatal son limitados y existe un grado de libertad de prensa carente en suelo criollo. La diáspora dominicana le sigue con el mayor de los entusiasmos y lo ven cotidianamente, es casi obligado ante la desinformación de los medios nacionales que asumen actitudes en apoyo del despilfarro y mal manejo de la cosa pública.
En tiempos donde la verdad se oculta con facilidad y los medios se prestan como instrumentos de distorsión, es evidente que nos brinda un poco de sosiego contar con un periodista de la envergadura de Marino Zapete.