Por Raúl Mejía Santos
Los judíos dispersos en el mundo reclaman tierra santa como suya desde antigüedad, vagando por doquier codiciando algún día volver a tierra que gobernó, en tiempos de antaño, el Rey David. Fueron echados de su pueblo y esclavizados un milenio por quienes aprovechaban su incansable laboriosidad e ingenio.
Los judíos se asentaron en todas partes, a pesar del rechazo y la condena sistemática de gran parte de occidente. Muchos llegaron hasta el extremo de culparles por la ejecución romana de Jesucristo y la persecución desatada contra el cristianismo durante la primera fase de su historia. Un ejemplo más reciente son los Pogromos, episodios de violencia extrema antisemita en ciudades importantes del viejo continente.
Resalta la que desataron los rusos en San Petersburgo, cuando cayó asesinado el Zar Alejandro II en 1881. Miles de judíos emigraron a lugares como Argentina, Inglaterra y Estados Unidos, tratando de escapar las palizas y ejecuciones arbitrarias de muchedumbre ansiando sangre y venganza, en ocasiones en contubernio con las autoridades.
El fin de la primera guerra mundial dio paso a que concretaran los anhelos proféticos del pueblo judío. El Sionismo Europeo, movimiento político fundado por el periodista y escritor austrohúngaro Teodoro Herzl, movilizó todo su poder e influencia en la alta corte real inglesa, sacando ventaja sobre las condiciones políticas existentes con la caída del Imperio Otomano y divisarse la ocupación de Palestina.
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Por primera vez en la historia una potencia mundial, Reino Unido, acogía la causa sionista como suya y se mantuvo firme ante las objeciones de la comunidad internacional, particularmente Italia y Francia, quienes propugnaban mantener Palestina bajo mandato internacional, así pacificando una región tan volátil. La ciudad de Jerusalén y quién la controlaría era el punto de mayor contención, no perdamos de vista que la antigua ciudad es venerada por musulmanes, judíos y cristianos también.
Allí sitúan las ruinas del viejo templo de David, la mezquita sagrada del islam y también el lugar donde la guardia romana crucificó a Jesucristo. Entre ambas guerras mundiales se fueron asentando judíos en los llamados Kibutz, comunidades agrarias, autosuficientes, en tierras ancestrales.
Estos asentamientos eran fuertemente vigilados y protegidos porque ubicaban en suelo palestino, el reino prometido de Israel era una ficción improbable sin tener que librar una fatídica guerra contra el mundo árabe. Egipto y Jordania, aunque fueron ocupadas por los ingleses al concluir la primera guerra mundial, se solidarizaron con Palestina oponiéndose a los ilegítimos asentamientos y ola migratoria procedente, al principio, solo de Europa.
Sin embargo, la opinión pública y la comunidad internacional sucumbieron ante el asenso Nazi en Alemania y el exterminio casi total de la población judía en poblados polacos, belgas, noruegos, holandeses, checoslovacos, austriacos, o eslovenos, por mencionar algunos.
La maquinaria de muerte confeccionada por Adolfo Hitler precipitó la fundación del estado moderno de Israel en 1948, en el mismo lugar donde ubicaba la nación palestina. La tierra santa, la tierra de Jesucristo, Mahoma y David pasó una vez más, tras un milenio en el destierro, a manos judías