Para la nueva Casa Blanca existen “hechos alternativos” que explican por qué las cosas no se parecen siempre a lo que describen los medios, aún cuando estos las hayan observado, verificado y evaluado, como por ejemplo, la comparación de las multitudes que asistieron a la toma de posesión de Donald Trump el viernes pasado y la de Barack Obama en enero de 2009.
Ese concepto expresado por la consejera presidencial, Kelllyanne Conway, durante una entrevista este domingo suena como una evolución de la declaración que hiciera en diciembre pasado la portavoz de la campaña republicana Scottie Nell Hughes de que “no existe tal cosa como los hechos” y que por eso las mentiras que pudieran decir del entonces presidente electo no podían ser consideradas mentiras.
Trump y los suyos lucen decididos a profundizar, ahora desde el centro del poder, el pulso en el que se metieron en la campaña con los medios, en los que perciben el mayor desafío como guardianes del desempeño de su gobierno.
Para un presidente que, como dijo en su discurso inaugural, llegó para cambiar la manera cómo se hace política en Washington DC y “devolverle el poder al pueblo”, estar trenzado en pequeñas disputas sobre el tamaño de una multitud o el seguimiento de la cuenta Twitter de un reportero, no parece tener mucha lógica.
Y sin embargo, la tiene. No es una simple expresión de antipatía profesional a los “medios deshonestos”, es una estrategia que puede terminar neutralizando a un sector conocido en EEUU por su independencia y su capacidad de hacer rendir cuentas al poder.
Alternativos no, falsos”
Conway llegó a ese concepto cuando defendía la posición del portavoz presidencial Sean Spicer, quien el sábado en su primera comparecencia oficial con la prensa en la Casa Blanca aseguró que la juramentación de Trump había sido “la mayor audiencia en presenciar una toma de posesión, punto”, pese a que las estadísticas y las imágenes muestran que estuvo muy por debajo de la Barack Obama en 2009.
Pero si los medios insisten en cuestionar la veracidad de las cosas que se dicen desde la presidencia, pueden ver su relación con el nuevo gobierno “redefinida”, como dijo una amenazante Conway durante su entrevista con Chuck Todd en NBC.
Todd le precisó a la consejera presidencial que “hechos alternativos no son hechos, son falsedades”.
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Quienes creyeron que Spicer sería un facilitador de las siempre difíciles relaciones del flamante presidente con los medios, deben haber notado ya que el portavoz presidencial forma parte del mismo pelotón que desde la Casa Blanca está decidido a trenzarse en batalla con la prensa.
Un tema de grandes números -de asistencia a la juramentación de Trump- y otro menor de decoración, sobre la negada remoción de un busto de Martin Luther King de la Oficina Oval, hicieron que la primera comparecencia oficial de Spicer fuera un intento regañón de decir qué es lo que los medios deben reportar si no quieren ser acusados de tratar de “deslegitimar” al nuevo gobierno.
Por esa vía, el cuestionamiento natural que la prensa hace del poder pronto puede empezar a ser catalogado como antipatriótico, siguiendo con la lógica del discurso nacionalista y populista que dio Trump el día de su toma de posesión.
Lo falso vs. lo cierto
El bajón de la apreciación de los medios coincidió con una campaña ácida en la que Trump -y los republicanos en general- enfilaron contra los medios a los que acusaban de falsear la verdad y en el proceso favorecer a la candidata demócrata Hillary Clinton.
También se da el fenómeno de cómo los cambios en el negocio de la comunicación han llevado a algunos medios a bajar los estándares en la producción de sus piezas y la explosión de un periodismo más de opinión, sobre todo en las cadenas dedicadas de noticias, que tiende a hacer que la audiencia busque refugiarse en medios que refuerzan sus convicciones.
De allí a que todo lo que se publique que no sea del agrado de algunos termine siendo tildado de fake news (noticias falsas), como calificó Trump a CNN en su única y tardía rueda de prensa como presidente electo dos semanas atrás.
Los primeros días del gobierno republicano muestran que la estrategia es profundizar el choque con la prensa que se vivió durante la campaña electoral, ahora desde la poderosa plataforma que le confiere la Casa Blanca.
La que viene es una guerra de desgaste en la que lo nuevos amos del poder han decidido enfrentarse (y también exigirle responsabilidades) a eso que se conoce como ‘el cuarto poder’.